Desde tiempos ancestrales, pueblos y culturas han desarrollado mitos, creencias, leyendas y tradiciones que les dan trascendencia e identidad a través del tiempo. Se dice que la cultura que vivimos de este lado del planeta es judeo-cristiana-occidental, pues muchas cosas que hacemos o nos identifican hoy derivan de la antigua cultura grecorromana en Europa y las tradiciones judías donde surgió el cristianismo en el Medio Oriente hace más de dos mil años.
El cristianismo se extendió por Europa, lo adoptó Constantino al Imperio Romano de Oriente, dominó la oscuridad de la Edad Media hasta derivar en otras religiones, y llegó a este continente hace 500 años vía la conquista y colonización a fuerza de la espada y la cruz católica, triunfando y arrasando a las culturas precolombinas, su historia y tradiciones. De ese tremendo choque de civilizaciones que cambió al mundo y la derrota de los indígenas conquistados, surgieron tradiciones nuevas y mezcladas, muchas de las cuales aún perduran.
La más importante fusión religiosa de estos dos mundos, expresada en el catolicismo dominante, es el milagro del Tepeyac en 1531, sólo diez años después de la conquista. La leyenda cuenta tres apariciones de la Virgen María en el cerro del Tepeyac al indio Juan Diego, encomendándole ir con el obispo Zumárraga para construirle una ermita ahí. Juan Diego fue ignorado, y ante su insistencia el obispo pidió una prueba. El 12 de diciembre, la joven aparecida por tercera vez rodeada de destellos dijo al indio que recogiera rosas—que no se daban ese mes—para llevarlas al obispo. Al llegar, Juan Diego extendió su tilma llena de rosas, dándose ahí mismo el milagro: en su ayate estaba plasmada la imagen de la Virgen que todavía hoy se venera con fervor en la Basílica de Guadalupe, en ciudad de México.
No importa que la historia indique que fue casi un siglo después de las apariciones que se documentó el milagro escrito en náhuatl, ni que no sepamos por qué se llamó Guadalupe, palabra árabe y nombre de la Virgen venerada en Extremadura y llevada como protectora por el conquistador Hernán Cortés, o que no haya prueba histórica de la existencia de Juan Diego. El papa Juan Pablo II lo hizo santo al vapor, y ningún buen católico debe dudar de la autenticidad del milagro y sus protagonistas, como lo hizo quien fuera abad de la basílica, costándole el puesto.
El verdadero milagro, según sociólogos y estudiosos, no es ése, sino el fervor popular religioso y nacionalista a esta imagen de “la madre de todos los mexicanos,” y que el número de peregrinos que la visitan el 12 de diciembre sea el mayor del mundo, entre 6 y 8 millones, mucho más que los musulmanes a la Meca, en Arabia Saudita. Esto sin contar varios millones más que van al Tepeyac el resto del año.
La aparición milagrosa ayudó a convertir a los recién conquistados al catolicismo español, pues a Guadalupe la llamaron Tonantzin, su diosa madre adorada en el mismo cerro, cuya ermita fuera destruida por los conquistadores. La fusión y el sincretismo se dieron con el tiempo y la evangelización, y los indios prefirieron hacer creer a los frailes que adoraban iconos católicos cuando en realidad veneraban a sus antiguos dioses. Fachadas e interiores de iglesias coloniales están llenos de símbolos indígenas, y representaciones e imágenes de santos, cristos y vírgenes a menudo fueron equivalentes de deidades indígenas. Hoy es fácil encontrar expresiones y ritos indígenas mezclados con el culto católico.
Dada la importancia que la Virgen de Guadalupe dentro de la Iglesia católica, las expresiones de sus decenas de millones de peregrinos y devotos llenas de ritos, tradiciones y costumbres extrañas al catolicismo, son toleradas por las autoridades eclesiásticas. La religiosidad popular mexicana y de otros países abunda en expresiones mágicas y supersticiosas. Los inmigrantes llegan aquí con muchas de esas costumbres, y la nostalgia los mueve a profundizar todavía más muchas de ellas. Su devoción aumenta con la distancia y conforme sienten extraviada su identidad.
El culto católico y guadalupano se reinventa aquí como allá, incluyendo a los excluidos: pobres, pandilleros, criminales y narcotraficantes que lo adaptan a sus circunstancias y sufrimientos. Tatuajes, medallas, murales, estampas, colgajos y diversas expresiones materiales reproducen y recrean en cuerpos, paredes, calles, vehículos, viviendas y todo tipo de productos la imagen salvadora, protectora y milagrosa que cubre con su manto santísimo a sus fieles.
Las peticiones milagrosas o agradecimientos son parte del fenómeno, y para ello hay que ofrecerle a la Morenita del Tepeyac un sacrificio. Caminar, pedalear, correr o transitar grandes distancias hacia la basílica u otro santuario guadalupano, o incluso ir de rodillas o arrastrarse, son formas válidas de humildad. Pero también lacerarse, ayunar, abstenerse o vestir ropa especial durante un tiempo son expresiones de solicitud o gratitud.
El 12 de diciembre supera a cualquier otro día celebratorio mexicano. No hay ninguna fiesta pagano-religiosa popular que lo supere. Quien no entienda esto en este país podría fomentar involuntariamente la distancia cultural que nos separa.
Victor Reyes is a translator, teacher and writer. An English-language version of this column will appear in next week’s edition.