Con el aumento de inmigrantes latinoamericanos, en especial en los años 90 del siglo pasado, el español se consolida como el segundo idioma de Estados Unidos. Ya lo hablan 38 millones, un 12% de una población en la que 17% son latinos. Es el quinto país hispanohablante detrás de México, España, Colombia y Argentina. Con estos números solamente, uno entendería el temor de que muchos en California y otros estados sientan la necesidad de aprender español, antes que el inglés pase a ser una lengua secundaria.
Sin embargo, pocos reparan en que este español que hablan tantos en su casa y entre amigos es en esencia coloquial e informal, gramaticalmente pobre y de vocabulario escaso. Muchos de sus hablantes carecen de educación formal, leen poco o nada y viven abrumados por una realidad en inglés que poco entienden y a la que tratan de adaptarse, refugiándose en un español disminuido y decadente que refuerza su ignorancia. Sus fuentes más importantes de español formal son una radio y televisión de calidad a menudo cuestionable. La opción de una buena educación bilingüe inglés-español en las escuelas es más la excepción que la regla. No hay muchos intelectuales que defiendan y apoyen formalmente este idioma y le den el equilibrio que merece una lengua seria en cualquier país. El español en EE.UU. es una idioma de segunda categoría.
Sin una estructura sociolingüística que le dé solidez, el español poco pinta en la formalidad de las relaciones sociales, laborales, legales, educativas o políticas del país. Éstas ocurren siempre en un inglés que domina todo, a pesar de las traducciones escritas, –en su mayoría poco afortunadas y confusas– o las interpretaciones a hispanohablantes que carecen de vocabulario y sintaxis para entenderlas, si son acertadas, pues a menudo hay “traductores bilingües” improvisados que hablan un español coloquial, incorrecto y contaminado de inglés, incluyendo a niños que traducen a sus padres en situaciones formales e informales.
Estos mismos niños pronto se dan cuenta que el idioma de sus padres no puede competir con el inglés de sus escuelas, con amplio vocabulario educativo y amable expresado por maestros y otros adultos o escrito en libros y materiales de enseñanza; por lo que prefieren este idioma que sienten más importante y atractivo, despreciando su español casero que intuitivamente consideran de segunda, pues no puede competir con el inglés dominante.
Cuando llegué a este país entendí las carencias lingüísticas de mis paisanos de origen pobre y sin educación formal, pero me sorprendí de la terrible calidad del español “formal” hablado y escrito en anuncios, revistas, periódicos e incluso en radio y televisión. Las cosas no han mejorado mucho. Es común encontrase con frases traducidas literalmente del inglés en detrimento de un correcto español. Quien no sabe inglés y lee este español anglo no puede entender esas frases incoherentes. En formularios y avisos oficiales educativos, del DMV o de cualquier departamento o agencia local, estatal o federal abundan errores y malas traducciones al español, sin que a nadie le importe. Las autoridades encargadas de tales agencias se avergonzarían si algo similar ocurriera en inglés.
Los políticos tratan de persuadir a los latinos apelando al español, creyendo que esa es la fórmula ideal para convencerlos como votantes. Sus discursos o frases defectuosas en español pueden darles simpatías momentáneas, pero para una persona educada podrían resultar ridículos y hasta insultantes, pues a menudo no tienen sentido y tratan a sus escuchas como menores de edad. Igual ocurre con sus voceros o representantes partidarios. De vez en cuando alguno habla un buen español, aunque en general hay que esforzarse para entenderles.
En negocios y reuniones importantes, en expresiones culturales e intelectuales y en la vida formal y seria del país, aún entre organizaciones que se dicen hispanas o latinas, las cosas ocurren en inglés. Este idioma impera y manda a nivel local, e incluso se extiende a otras latitudes gracias al dominio global estadunidense, cuyos gobernantes, representantes, empresarios o turistas casi siempre encuentran en otros países a personas que les hablan en su idioma.
No ocurre lo mismo con los inmigrantes latinos cuando llegan aquí. Pocos gringos les hablan en español, así que dependen de otros latinos llegados antes, quienes les explican en su deteriorado idioma el funcionamiento de las cosas, aunque a menudo con una visión distorsionada pues las van entendiendo como pueden y de manera parcial. En cambio, los turistas o migrantes latinoamericanos o españoles de clases medias o altas hablan mucho más inglés y comprenden mejor las cosas.
La importancia real de que 38 millones hablen español en Estados Unidos y sea el quinto país en cantidad de hablantes resulta engañosa, pues como lengua formal no pueden competir cabalmente con España o Latinoamérica, por más que algunos consideren que con ese pobre español y su confuso engendro coloquial llamado espanglish estemos creando una nueva lengua, como ya ha ocurrido decenas de veces en la historia.
An English language version of this column will appear in an upcoming edition.