La inesperada e inusual renuncia del Papa Benedicto XVI el pasado febrero, removió los duros y anquilosados cimientos de la Iglesia católica, la única institución contemporánea con remanentes medievales, con un sistema de poder vertical que excluye a las mujeres y a sus fieles, a quienes ve como ovejas a las que debe guiar. Funciona como estado, con sede en el Vaticano, y el Papa es, al mismo tiempo, obispo de Roma, jefe de Estado y de la Iglesia con sus 1,200 millones de católicos y representante de Dios en la Tierra.

Los papas son nombrados por el Colegio cardenalicio en un cónclave (secreto por definición), y el elegido reina hasta su muerte. La última renuncia ocurrió hace 600 años; con 85, Benedicto adujo razones de edad y falta de fuerzas para servir. Se dice que ya había escrito que los papas deberían poder renunciar. Se dio unas semanas más de pontificado para convocar a los cardenales (muchos nombrados por él y su antecesor, Juan pablo II) y adelantó el cónclave, para que éstos eligieran al nuevo pontífice. Benedicto XVI fue nombrado Papa Emérito. Por primera vez, habrá dos papas, uno activo y otro retirado.

En sólo cinco rondas, fue elegido Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, Argentina, quien, aún estando entre los “papables”, no era favorito. Se especulaba que sería un latinoamericano, posiblemente brasileño, pues en Latinoamérica viven 40 por ciento de los católicos y más en Brasil que en ningún otro país. A la sorpresa inicial de no ser europeo, siguieron otras. Es el primer jesuita, orden que se ha distinguido por sus choques contra el poder y la burocracia vaticana (la curia), su intelectualidad y apertura liberal y progresista. Además, es un tipo frugal y sencillo. Como arzobispo, usaba transporte público y vivía en un departamento pequeño, y escogió como nombre Francisco, por el santo de Asís, símbolo de humildad y pobreza cristianas. Pero se le considera conservador.

Las noticias vaticanas llenaron espacios noticiosos, incluyendo editoriales y notas de opinión, tanto a favor como en contra de la Iglesia, la renuncia de Benedicto XVI y el entronamiento de Francisco. Que si Benedicto se fue por los numerosos casos de pederastia y abuso sexual de curas y su ocultamiento deliberado por parte de los jefes de la Iglesia, los “vatileaks” mostrando la corrupción y escándalos financieros vaticanos; que si Francisco estuvo involucrado en la “guerra sucia” de la dictadura militar argentina, que es un jesuita “sui generis” que gusta del poder y es casi europeo, por ser descendiente de italianos, como muchísimos argentinos. En fin, abundaron críticas y comentarios contra una Iglesia católica en crisis y a contracorriente de la realidad actual de sus fieles y el mundo.

Para muchos de estos fieles, sin embargo, eso los tiene sin cuidado. Más allá de la euforia por ser latinoamericanos o argentinos, viven sumidos en la pobreza, tienen poca educación escolar, no leen mucho, confían ciegamente en el cura de su iglesia sin importarles si es célibe o no, y practican una religión que mezcla creencias, costumbres, superstición y magia, no siempre acorde a las enseñanzas de la Iglesia; adoran imágenes y estatuas de Cristos, Santos y Vírgenes que llenan sus casas y llevan como amuletos protectores, ayudándolos a soportar la vida, lograr lo imposible y al final la salvación eterna.

Otro grupo de fieles, menos numeroso, pero más afortunado, educado e informado, tiende a ignorar muchos preceptos y obligaciones católicos y vivir la religión a conveniencia, más de acuerdo a sus convicciones del mundo moderno y sofisticado, que a las reglas de una Iglesia anticuada y conservadora. Creen en Cristo, pero van a misa cuando quieren y preferirían una Iglesia democrática, con mayor participación femenina, adaptada a las realidades de hoy, como planear la familia, controlar la natalidad, aceptar el aborto, las preferencias sexuales diversas y la apertura al mundo de hoy, incluyendo otras religiones y la lucha contra los excesos y abusos de los ricos y poderosos, la explotación laboral y sexual, las diferencias étnicas y sociales o la pobreza, entre otras. Obviamente, hay otros más cuyas creencias, prácticas y actitudes dentro de la Iglesia católica varían entre estas dos posiciones.

Los expertos afirman que Francisco, a sus 76 años, no estará ahí para cambiar mucho las cosas, sino para sobrellevar el vendaval que enfrenta una institución caduca y enriquecida materialmente, pero devaluada ética y moralmente, muy criticada y a la defensiva. Con la legalidad vigente en muchos países y medios y tecnología modernos, crece la tendencia a que sus curas sean pillados y acusados contraviniendo reglas básicas de la Iglesia y la ley—sobre todo sexualmente—perdiendo la Iglesia no sólo mucho dinero en demandas legales, sino credibilidad y fieles en todos los niveles sociales, muchos de los cuales prefieren sectas y cultos protestantes o carismáticos que les ofrecen alivio más inmediato y participación más cercana, o que se alejan al ver que su Iglesia y dirigentes ya no responden a sus necesidades materiales o espirituales.

 

An English translation of this column  will appear in next week’s edition.