Si tengo diez manzanas para vender y diez compradores dispuestos a darme un dólar por cada una no hay mayor problema; pero si sólo hay cinco compradores, para hacer negocio quizá tenga que convencerlos de que me compren dos manzanas cada uno, para lo cual sería buena idea ofrecerlas a un precio menor. En cambio, si los compradores potenciales son veinte, es posible que si aumento el precio de mis manzanas me lo paguen y venda todas, aunque algunos no quieran darme más de un dólar.

A este principio se le llama “ley de la oferta y la demanda,” y ha funcionado así desde tiempos inmemoriales, aunque ahora en un mundo globalizado, mercantilista y tecnologizado sea más cierto que nunca. Lo vemos casi a diario y funciona desde productos como las manzanas de mi ejemplo, hasta la bolsa de valores, los grandes bienes de capital y la economía de países enteros como Argentina, que acaba de obtener un préstamo del Fondo Monetario Internacional por 50 mil millones de dólares, o los aranceles que Mr. Trump está imponiendo a cientos de productos de China y otros países, encareciéndolos y complicando el mercado mundial, o al desorden que el mismo Trump le causa al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, o NAFTA.

A nivel local, un permanente causante de problemas sociales y económicos en la vida de la mayoría de la gente es el costo de la vivienda, uno de los bienes de subsistencia más preciados. Todos necesitamos un techo bajo el cual vivir, y a conseguirlo dedicamos quizá el mayor gasto de nuestros ingresos, ya sea que podamos comprarlo o simplemente pagar una renta por él. Por diversas razones que afectan la demanda y con ello la oferta, el costo de las viviendas en el Área de la Bahía ha ido aumentando al punto de que un tercio de los ingresos de un hogar (cantidad que los expertos dicen se debe dedicar a la vivienda) resulta no sólo insuficiente para ese propósito, sino imposible para una inmensa mayoría.

El problema ha crecido con el tiempo, al menos desde los años 80 del siglo pasado, y con la excepción de la crisis de la burbuja hipotecaria nacional y mundial de hace diez años, con los grandes fraudes corporativos, cuando mucha gente perdió vivienda y empleo y los precios de venta y renta de casas y apartamentos bajaron, casi siempre han ido al alza. En lugares como West Marín, la crisis incluye además la falta de lugares para vivir, pues es más redituable para un propietario crear un B&B o rentar la casa a vacacionistas de fin de semana, que ofrecerla a un inquilino y/o su familia que trabaja y vive aquí; o los afortunados que la compraron antes de las alzas desmesuradas o heredado de padres o parientes y ahora prefieren venderla por varias veces su precio original. Estamos hablando de varios cientos de miles y hasta millones de dólares. 

Negocio redondo: ¡compré a diez y ahora me pagan a 100! Una enorme injusticia legalizada para gente común; como sacarse la lotería. Además de la avaricia, envidia y el resentimiento que causa, crea enorme desigualdad, incluso entre parientes, amigos y vecinos entrañables. Lo peor es que no hay quien le encuentre solución. Ideas y reuniones comunitarias van y vienen, con agencias no lucrativas y del gobierno esforzándose por cambiar esto o al menos crear reglas de excepción que permitan a la gente común poder comprar o rentar un lugar para vivir donde trabajan a un precio razonable, pero no se ve luz al final del túnel; aún los precios ajustados a la baja resultan demasiado altos para muchos, y superan fácilmente ese supuesto límite de un tercio de los ingresos familiares para vivienda.

Una de las soluciones novedosas que se ofrecen va a ser la Proposición 1 en la venidera elección general de noviembre, que pedirá a los votantes que decidan si quieren que el estado de California venda bonos por 4 mil millones de dólares. Con este dinero se pagarán programas de vivienda que ayudará a gente de bajos ingresos (incluidos ancianos y discapacitados), a veteranos del ejército y a trabajadores agrícolas; aunque en número limitado. Tanto dinero, sin embargo, no alcanzará mientras siga la creciente necesidad y el imparable encarecimiento de vivienda.

En medio de palabras abstractas, complejas y subjetivas como economía, oferta y demanda, o bono estatal, están los afectados, gente real de carne y hueso que trabaja, suda, come, descansa y duerme, lleva a sus hijos a la escuela, trata de divertirse, ama y odia. Pero para poder hacer todo esto que pareciera tan básico y tan simple, es necesario que tenga cubierto uno de los bienes más elementales que es el de la vivienda. Si este resulta caro, escaso y de difícil acceso, entonces, ¿cómo vamos a vivir?

 

Victor Reyes is a translator, teacher and native of Puebla, Mexico with decades-long ties to the Light.