Mi escuela en México era entre interesante y aburrida. Desde segundo grado, mi educación transcurrió en la escuela pública más importante de mi ciudad: el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, aunque todos le decían simplemente “Centro Escolar”, sin reparar en que este nombre es una descripción, como lo es “Estados Unidos” para un país.
La idea era original y ambiciosa: una escuela pública de primera, con altas exigencias educativas y disciplina cuasi-militar. Había guardería infantil, jardín de niños, primaria, secundaria y preparatoria, y una escuela de oficios y primaria nocturna, para estudiantes pobres. Al ser pública, daba acceso a todos los grupos sociales, pero por su alto nivel, fue copada por alumnos de clases medias y altas.
Sus instalaciones cubrían 12 manzanas, con gimnasio, canchas deportivas, alberca, patios, amplias aulas y laboratorios. Cada escuela (kínder, primaria, secundaria, prepa) estaba separada y con alumnado masivo. Cada grado desde kínder a preparatoria tenía hasta nueve grupos con casi 60 alumnos cada uno. En total habría entre tres y cuatro mil alumnos. Ninguna escuela privada rivalizaba con ella.
Quien reprobaba materias y no pasaba de grado, salía de la escuela. Desde quinto de primaria había que marchar como militares. Entrábamos y salíamos de clases marchando. Cada viernes había una hora para marchar y los lunes una ceremonia a la bandera, donde permanecíamos formados bajo el sol en compañías militares por grado y sexo, y marchábamos frente a las autoridades. ¡Nada divertido!
Desde abril practicábamos para marchar en el desfile escolar del 5 de mayo. Esta y otras celebraciones relajaban o suspendían clases, algo disfrutable. El 30 de abril era día del Niño, mayo 1 día del Trabajo; 10, día de la Madre y 15, del Maestro: ¡hermoso mes! El 16 de septiembre había otro desfile escolar por el Día de la Independencia; pero la noche del 15 se daba Grito de Independencia, con el presidente arengando a la gente desde el Palacio Nacional y cada gobernador y autoridades en ciudades y pueblos. Las familias se reunían a ver el grito por televisión, con comida tradicional y ambiente patriótico y festivo.
El 13 de septiembre es Día de los Niños Héroes de Chapultepec, una conmemoración menor, en el Castillo de Chapultepec de ciudad de México, donde se dice murieron estos jóvenes cadetes defendiendo a México de los invasores norteamericanos en 1847. Mi escuela hacía una ceremonia especial, pues su nombre era el de esos niños. También marchábamos.
Muchos mexicanos aquí no recuerdan esa fecha ni lo que representa, y menos la gente de este país, que poco sabe de cómo Estados Unidos se hizo de los amplios territorios norteños de la entonces joven, pobre, desigual y desorganizada nación mexicana. México perdió más de la mitad de su territorio en una guerra infame.
En 1821, cuando México obtuvo la independencia de España, se facultó a Moses Austin a colonizar parte de Texas con 300 familias extranjeras. En doce años el número de colonos, mayormente estadunidenses, superó al de mexicanos. No querían depender del gobierno mexicano ni pagar impuestos, hablar español ni ser católicos. Cuando el gobierno les impuso aduanas y fortines, Steve Austin, hijo de Moses, se rebeló contra las aduanas, y el encargado de negocios de Estados Unidos en México pidió suspender los fortines.
Austin logró en 1833 que México diera a Texas estatus de estado separado de Coahuila, y en 1835 atacó y venció a los soldados de los fortines. Entonces, el presidente mexicano Santa Anna fue con 6,000 hombres a suprimir la rebelión, venciéndolo, aunque excediéndose en El Álamo; pero en 1836 fue sorprendido dormido, derrotado y hecho prisionero en San Jacinto, obligado a firmar los Tratados de Velasco, suspendiendo la guerra y concediendo a Texas la independencia.
En 1845, Estado Unidos admitió a Texas en la Unión, aunque México consideraba esto causa de guerra. Además, Texas quería extender sus límites hasta el río Bravo en vez del río Nueces, como se había acordado. Mientras los generales mexicanos disputaban el poder, el ejército gringo ocupó Santa Fe y Los Ángeles –a pesar de la resistencia californiana– cruzó el río Bravo y penetró por el norte de México. En Veracruz, desembarcó el general Winfield Scott, derrotó a Santa Anna, ocupó Jalapa y Puebla y llegó a Ciudad de México en agosto de 1847, ganando batallas y finalmente, el 13 de septiembre, tomó el Castillo de Chapultepec, derrotando a los jóvenes cadetes que murieron, pasando a la historia como los Niños Héroes.
El 2 de febrero de 1848 se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo, cediendo México a Estados lo que hoy son California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma, por una ridícula compensación de 15 millones de dólares por daños de guerra. Este territorio en el que hoy vivimos en realidad se hizo independiente de España en 1821 como parte de México; pero aquí nadie celebra el 15 y 16 de septiembre, ni el 2 de febrero, cuando Estados Unidos se lo apropió. Nada que ver con el 4 de julio.
Victor Reyes is a translator, teacher, writer and native of Puebla, Mexico. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.