En mi reciente viaje a México, encontré cosas buenas, malas, mejores y peores. Y más de lo mismo, no siempre deseable. Entre los 15 países más ricos del mundo, el país posee recursos naturales, cultura, arquitectura, tradiciones y demás. Pero, es triste ver tanta pobreza, miseria y abandono, junto a riqueza y lujos excesivos. La desigualdad puede verse desde la ciudad de México y otras grandes capitales, con zonas como Manhattan, hasta suburbios o áreas rurales que sobreviven como el África subsahariana.

Hay grandes escuelas para algunos y muchas donde no hay aulas, agua ni maestros. Igual con hospitales, clínicas e infraestructura. Pocos policías capacitados y muchísimos improvisados, o soldados, burócratas y trabajadores. Hay abundantes servicios y mercancías pirata, incluyendo escuelas, servicios crediticios o “profesionales.” 60 por ciento de trabajadores son informales mientras 80 por ciento gana 30 dólares al día (seis salarios mínimos) o menos.

Tras cambiar a una democracia electoral en 2000, con un presidente (Fox, del derechista PAN) distinto al PRI que dominó 71 años, surgieron enormes esperanzas. Ahora sí—decían—se acabarán corrupción y patrimonialismo político, habrá sistema judicial justo, se desmantelará el aparato de control político, social y electoral, sus agencias del gobierno y grandes sindicatos; y políticos y líderes corruptos enriquecidos ilegalmente irán a la cárcel. 

Fox falló y entregó un país más corrupto, pero más abierto. Nuevas esperanzas surgieron para 2006, pensando que López Obrador (del izquierdista PRD) sería presidente. Pero con 0.52 por ciento de dudosa diferencia ganó Calderón, del PAN. Para justificarse lanzó su “guerra contra el narcotráfico,” mandando a ejército y marina a las calles. Al aumentar la violencia pidió paciencia; pero tras más de cien mil muertos, decenas de miles desaparecidos o secuestrados y millones de víctimas de crímenes sin justicia, la desesperanza regresó.

Para 2012, la solución parecía ser un nuevo y rejuvenecido PRI, con su candidato Peña Nieto, quien como gobernador se promovió seis años mediante costosa campaña mediática y televisiva, resultando el candidato presidencial ideal: joven, guapo, recién casado con una estrella de telenovelas, conquistando corazones a pesar de su evidente falta de preparación intelectual e ideas propias. 

La esperanza aumentó cuando Peña logró un pacto entre los tres principales partidos para impulsar importantes reformas políticas, económicas y sociales que cambiarían al país. Aprobadas por el Congreso en 2013, no hicieron grandes cambios, pero Peña prometía que vendrían con el tiempo. Tras otro mal año, en 2014 pidió mayor paciencia, mientras en septiembre era nombrado en Nueva York estadista del año.

De repente, la grandes promesas de Peña cayeron junto con su popularidad. La continua violencia y corrupción política del narcotráfico y el crimen organizado afloraron cuando, ese mismo septiembre, desaparecieron en Iguala 43 estudiantes de Ayotzinapa, tras ser detenidos por policías y entregados a un cártel. Peña y su gobierno culparon al alcalde local y al gobernador de Oaxaca (del PRD), pero el escándalo los alcanzó y tras una pésima investigación cerraron el caso diciendo que habían sido quemados en un basurero.

Mientras, en Tlatlaya y Apatzingan militares ejecutaban a presuntos delincuentes, atrocidades sabidas por medios no oficiales, que inicialmente las había negado. En el país continuaron secuestros, desapariciones, arrestos y encarcelamientos ilegales; con autoridades corruptas, sin rendir cuentas, con opacidad y violación de derechos humanos, mientras el descontrolado gobierno de Peña simulaba legalidad y estado de derecho.

Una revista española publicó la casa de 8 millones de dólares de la primera dama, pero una investigación periodística revelaba conflicto de interés, pues la construyó y financió un contratista del gobierno de Peña como gobernador y luego como presidente. Su respuesta fue desafortunada, nombrando a un fiscal especial que no pudo acusar a su jefe ni a sus ministros con casos similares.

Para empeorar las cosas, Joaquín “El Chapo” Guzmán, el mayor narcotraficante mexicano, escapó por un túnel de una prisión de máxima seguridad y los precios del petróleo descendieron más. La popularidad del presidente bajó al mínimo histórico y todo parecía estar en su contra. Pero, mientras yo volvía de México, el Chapo fue recapturado, evento festejado por Peña y sus ministros como un gran triunfo.

Sin embargo, muchos criticaron la falta de explicaciones y responsabilidades por la fuga, posible sólo por corrupción al más alto nivel. Después, fue detenido en España el ex gobernador de Coahuila Humberto Moreira, por transferir fondos ilícitos. Denunciado inicialmente por endeudar ilegalmente a su estado y enriquecerse en exceso, brindó apoyó al candidato Peña, quien lo nombró presidente del PRI; aunque ante las acusaciones, fue becado en Barcelona. Su captura significó otro golpe político para Peña.

Observé a gente totalmente desencantada y desconfiada con todos los políticos, sus partidos y el sistema electoral y de gobierno, pues lo han convertido en negocio personal, asociándose con capos y monopolios corporatios, sin importarles sus electores. Ahora se aprestan cínicamente a las elecciones de este año y las presidenciales de 2018, frotándose las manos por los enormes recursos que obtendrán.