Estoy en México y lo veo desde su interior, desde Puebla, una de las zonas relativamente tranquilas del convulso país. Desde la tragedia de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre, la luna de miel del gobierno de Enrique Peña Nieto –tras lograr las históricas reformas estructurales–  se vino a pique. Con las interminables protestas y expresiones de repudio de todos los segmentos sociales, todos los medios, con excepciones, se han lanzado a criticar su gobierno, sus formas y a los políticos de todos los partidos.

El ciudadano común, desde mis parientes y amigos hasta taxistas, vendedores, meseros y con quienquiera que haya hablado, se hacen eco de la situación y opinan, evidenciando que algo anda mal en el país. Reclaman solución para, además del crimen de Iguala, la violencia creciente del narcotráfico y el crimen organizado unidos en corrupción con autoridades, jueces, policías y militares. Piden cambios políticos, económicos y sociales, combatir impunidad, ausencia de justicia y estado de derecho y desigualdad también creciente. Aunque estos problemas son endémicos, ahora han estallado juntos. Periódicos, revistas y noticiarios radiales y televisivos no dejan el tema.

A simple vista, la vida sigue y la cotidianidad continúa. Como siempre, la desigualdad económica y social se vive a flor de piel. Al caminar o manejar s observar un mosaico de contrastes: zonas exclusivas y cerradas para gente rica con barrios empobrecidos llenos de carencias; ejecutivos y limosneros, estudiantes y niños trabajando en la calle, comercios establecidos y vendedores callejeros, carros caros nuevos y muchos que se caen de viejos, taxis exclusivos y transporte público insultante que maltrata pasajeros. El gobierno publica mensajes y anuncios televisivos presumiendo de su gran eficiencia o invitando a la gente a pagar impuestos; pero esto chocan con la terrible realidad y nadie cree lo que esos anuncios dicen.

Pareciera que el gobierno y todos quienes lo conforman, desde el presidente y sus secretarios de estado hasta burócratas de todos los niveles, jueces y congresistas incluidos, desde sus puestos altamente remunerados y sus negocios oscuros al amparo del poder, no quieren reconocer esta realidad y pretenden que todos pueden arreglar las cosas con buena voluntad. Muestran un falso interés en las nuevas leyes de equidad económica y sobre transparencia y combate a la corrupción, pues las han deformado para que en realidad no funcionen, mientras los legisladores presumen que han realizado cambios históricos. Mientras tanto, surgen más casos de posible corrupción, con casas y riquezas inexplicables de muchos de ellos, empezando por el presidente Peña Nieto, su esposa y sus colaboradores cercanos.

México ocupa en el mundo lugares destacados en producción de manufacturas y exportaciones, pero bajos en corrupción, derechos humanos y justicia y asesinatos de sus defensores, periodistas y mujeres, además de personas desaparecidas y asesinadas. Es el país del que más personas emigran, principalmente a Estados Unidos, por razones de pobreza y ahora por violencia y amenazas de muerte. Tiene a uno de los hombres más ricos del planeta, pero 60 por ciento de pobres y una brecha inmensa entre quienes más y menos tienen. 60 por ciento de sus trabajadores son informales. De hecho, los expertos hablan de dos Méxicos: uno desarrollado, vanguardista y digitalizado, y otro depauperado, abandonado y sin esperanza.

La temporada decembrina y sus fiestas llegan como bálsamo para la población ofendida y castigada por una realidad cada vez más inaceptable y un gobierno evidentemente corrupto al servicio de los grandes corporativos que controlan la economía. Todo empieza con la celebración de la virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, la fiesta religiosa más importante del país. Millones de peregrinos de todo México—principalmente los más pobres—visitan el cerro del Tepeyac, lugar de las apariciones milagrosas. Llegan en grupos, caminando, corriendo, en bicicletas, motocicletas o camiones, creando embotellamientos de tráfico en todas las entradas a la ciudad de México.

Son profundos devotos de la Virgen morena, a quien ofrecen visitarla—aún con grandes sacrificios—llevándole flores, veladoras y para que les bendigan imágenes de todos tamaños de la guadalupana. Todo a cambio del milagro de cambiarles la vida para que les sea mejor, aliviarles alguna enfermedad o pedirle algún beneficio para ellos o sus familias. La Basílica de Guadalupe recibe a más de siete u ocho millones de peregrinos, más que La Meca, en Arabia Saudita, siendo así la de mayor concurrencia en el mundo.

El espíritu navideño se respira y se siente, aunque las tiendas todavía no muestren muchos compradores. Las posadas empiezan el día 16, celebrando con rezos, cantos y fiesta con piñatas el peregrinar de José y María en vísperas del nacimiento de Jesús, el 25; aunque la tradición celebre esto el 24, la Nochebuena, cuando se hace la última posada acostando al niño Jesús en el nacimiento y luego con la cena. El año nuevo se celebra en grande, aunque ahora todos pidan un 2015 de paz y justicia, distinto a este terrible 2014.

 

Victor Reyes is a translator, teacher and native of Puebla. The English version of this column will appear in an upcoming edition.