En medio de discursos triunfalistas del presidente Enrique Peña Nieto y sus dos antecesores (Calderón y Fox), de que México crecerá y reafirmará entre las economías más poderosas del planeta (hoy es la 13 o 14), con las reformas estructurales que hoy discuten los partidos en el Congreso, para darle el impulso final; el gobierno mexicano reveló las últimas cifras sobre la pobreza en el país. Se jacta de haber disminuido su porcentaje, aunque haya aumentado a 53.3 millones de personas, entre 117.3 millones de habitantes en 2012.
Se pensaría entonces que 64 millones viven bien; pero otro dato del informe, poco mencionado en los medios, habla de las condiciones de vida de la mayoría, pues clasifica a 94 millones como “pobres y vulnerables”, definiendo este último término como aquellos que aún “no teniendo carencias sociales, su ingreso es inferior a la línea de bienestar”. Esto equivale a decir que sólo 23.3 millones de mexicanos—apenas 19.78 por ciento——-viven como deberían vivir todos.
La economía mexicana se ha desarrollado con pocas empresas y familias monopolizando sus partes esenciales, gracias a tratos hechos con el antiguo régimen corporativo del PRI (Partido Revolucionario Institucional), hoy de vuelta al poder. Tras 13 años de democracia electoral, los políticos de todos los partidos siguen esa tradición corrupta. Se suben los salarios sin importar los ingresos federales, municipales o estatales; los gobernadores endeudan sus entidades y existen muchos casos de saqueo y corrupción desmedida, con negocios turbios entre parientes y amigos de quienes están alrededor del poder, destacando líderes sindicales afiliados al antiguo PRI, cuando los usaban para fingir democracia.
Los expertos hablan de “dos Méxicos”; uno moderno, ascendente, que se codea con lo más sofisticado del mundo, centrado en la ciudad de México y algunas otras grandes ciudades, mientras en zonas indígenas rurales viven como en el África subsahariana, y en la crecientes áreas suburbanas se vive en condiciones muy precarias. Así, la economía informal, de quienes trabajan en cualquier cosa sin beneficios ni protección social ni pagan impuestos, pues venden cosas en la calle o hacen cualquier cosa para sobrevivir, es del 60 por ciento; mientras que sólo el 40 por ciento restante tiene empleo formal, aún con salario deficitario, pues el mínimo es de casi 5 dólares diarios.
Una minoría de trabajadores mejor pagados con unos seis a ocho salarios mínimos o menos, no puede hacer mucho con 30 o 40 dólares diarios, menos si tiene familia (por eso los llaman “vulnerables”). Cualquier inmigrante que llega a Estados Unidos y gana el salario mínimo aquí (¡diez veces más!) tiene una primera y falsa impresión de riqueza. Pero la comparación es injusta, pues el costo de la vida aquí es más del doble que en México (serían sólo cinco veces más). Cabe aclarar que allá el costo de los alimentos básicos y algunos servicios es menor, no así productos manufacturados o tecnológicos, como computadoras o electrodomésticos, que incluso cuestan más, o servicios bancarios, teléfonos o internet.
Con la pobreza, la economía informal ha incluido—por décadas y más ahora—a quienes se dedican a diversas actividades ilegales, destacando producción y tráfico de drogas, robos de autos, mercancías, a viviendas, personas, etc., secuestro, extorsiones, venta de protección, tráfico de personas (migrantes, niñas y niños para prostituirlos y venderlos) y, al aumentar la violencia por la guerra contra cárteles declarada por Felipe Calderón, los sicarios, el trasiego de armas y más. Hay más gente dedicada a matar a mansalva a cambio de cualquier cosa, y los cárteles han expandido sus actividades delictivas a todas las mencionadas. Además, autoridades de todo nivel reciben sustanciales sobornos para “dejarlos trabajar”, y la corrupción es enorme y llega ya a partidos políticos, candidatos y elecciones, e incluso a iglesias.
La deshumanización e insensibilización de la violencia ha crecido conforme aumentan los crímenes. Ya no son noticia las masacres, ejecuciones, asesinatos, raptos, violaciones sexuales o torturas diarias. Irónicamente, esta deshumanización para matar y vejar sin remordimiento y con saña fue aprendida e implementada inicialmente por grupos militares especiales centroamericanos, entrenados en escuelas o por expertos norteamericanos.
El grupo más sanguinario, los Zetas, lo conforman ex caibiles, los militares guatemaltecos entrenados en la Escuela de las Américas de EE.UU, para luchar contra la guerrilla izquierdista.
Se calcula que sin las actividades ilegales de los cárteles de la droga y la enorme cantidad de dinero que manejan y luego lavan en la economía formal, el país de derrumbaría. A pesar de las medidas tomadas para registrar grandes depósitos en efectivo, los bancos poco ayudan, pues hay formas “legales” de evadirlo. Por eso se dice que la economía mexicana es tan adicta a las drogas como lo son quienes las consumen, principalmente en Estados Unidos, pero cada vez más en el resto del mundo, México incluido.
Muchos piensan que la pobreza y la riqueza extremas existentes en México, junto con la violencia galopante, son parte de un entramado que beneficia sólo a los grupos económicos más poderosos, a costa de los demás.
Victor Reyes is a Sonoma-based translator, language teacher and writer and a native of Puebla, Mexico with decades-old ties to West Marin. An English language version of this column will be published in next week’s edition, and both will be available online.