En un hecho sin precedente en la historia moderna de la Iglesia católica y el Vaticano, el pasado 27 de abril fueron proclamados santos dos ex papas, Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli, italiano), y Juan Pablo II (Karol Wojtyla, polaco), en una gran ceremonia presidida por el actual pontífice, Francisco (Jorge Mario Bergoglio, argentino), con la participación del papa emérito, el retirado Benedicto XVI (Joseph Ratzinger, alemán).

Católicos de todo el mundo presenciaron entusiasmados por televisión e Internet el acontecimiento protagonizado por ¡cuatro papas!, alrededor de medio millón de fieles se apersonaron en la plaza de San Pedro y unos 300 mil en todo Roma vieron las pantallas gigantes puestas para el efecto. Asistieron 6 mil sacerdotes y monjas, 130 cardenales, 2,200 periodistas, y dignatarios y autoridades de 93 delegaciones oficiales.

Sin embargo, a pesar de la meticulosa planificación y gastos (8 millones de euros) dispuestos por el Vaticano y Roma para la magnitud y alcance de la ceremonia, el resultado del evento distó mucho de los planes y expectativas de los organizadores. Se esperaban 3 millones de personas en San Pedro y una cobertura mayor y positiva para los nuevos santos y su Iglesia. Pero la premura para canonizar a Juan Pablo II a sólo nueve años de su muerte y los problemas actuales de la Iglesia y sus prelados por abusos sexuales y pederastia, contrarrestaron los efectos.

Mientras Juan XXIII fue aclamado santo por todos tan pronto como falleció, aunque reinó tan sólo cinco años, Juan Pablo II resultó un papa polémico, no sólo por sus constantes viajes alrededor del mundo durante sus 27 años de papado—que lo hicieron enormemente popular—sino por su férrea oposición al comunismo al costo que fuera, los retrocesos y oposición a la política vaticana progresista iniciada por Juan XXIII, y su tolerancia y ocultamiento de los abusos de muchos de sus sacerdotes.

Así, muchos expertos consideran que la elevación a la santidad de dos personajes vaticanos importantes, pero con historiales encontrados y casi opuestos en una misma ceremonia, no es más que un acuerdo político interno negociado al que se vio obligado el papa Francisco y sus nuevos aires de renovación y apertura, con las fuerzas oscuras todavía presentes de conservadurismo y corrupción enquistados en el Vaticano.

Ya no es un secreto que la Iglesia católica ha perdido fieles de forma acelerada en décadas recientes, ni que su otrora fortaleza y dominio ideológico sobre millones de fieles ha ido mermando por su resistencia a los rápidos cambios científicos y tecnológicos del mundo y a las nuevas formas de pensar y vivir; además de su acercamiento y apoyo a los poderosos y abusivos en muchos países donde todavía conserva credibilidad y control manipulado.

Tratando de actualizar esa Iglesia anquilosada, acusada de oprimir y sospechosa de proteger a poderosos o ayudar a nazis, Juan XXIII convocó en 1962 al Concilio Vaticano II, con una política actualizada de cambio y apertura nunca antes vistos. Con su muerte prematura, tocó a Paulo VI consumarlo y concluirlo en 1965. Este concilio dio origen al importante movimiento de la Teología de la Liberación, lanzado desde Latinoamérica para recobrar la doctrina de Cristo y su preferencia hacia los pobres y desposeídos, luchando contra abusos y dictaduras de la época, colocándose entre las dos potencias de la Guerra Fría: Estados Unidos y la Unión Soviética.

Tocó a Juan Pablo II cambiar el derrotero de esta nueva política y vencerla con toda su fuerza conservadora, aliándose con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, aún a costa de apoyar a dictadores como Pinochet y Videla y su estela de crímenes, combatiendo la revolución sandinista y otras luchas libertarias, y ejerciendo su autoridad para cambiar la estructura de prelados en América Latina, eliminando o minimizando a obispos y curas de la teología de la liberación y dando puestos importantes y poder a quienes se les oponían dentro de la Iglesia.

Tras la caída del Muro de Berlín y derrotada la Teología de la Liberación, la Iglesia empezó a encarar crecientes acusaciones de abuso sexual infantil de muchos de sus curas en todo el mundo. Fue aquí en Estados Unidos donde se ventilaron los primeros casos y fueron llevados a la justicia. La negativa de la Iglesia para aceptarlos ha sido enorme y costosa. A la fecha siguen pendientes decenas de casos en muchos países, pero el poder que aún tienen la Iglesia y sus aliados conservadores ahí, impide que se haga justicia y estos criminales con sotana sigan protegidos causando estragos.

El entusiasmo inicial generado por el papa Francisco y su preferencia a la humildad y pobreza ha ido decayendo conforme transcurre el tiempo y no se ve que influya mucho en el estilo de vida y actitud de muchos curas y obispos. Mucho tendrá que trabajar en esa dirección inicial, no sólo para que la Iglesia sobreviva, sino para que ejerza una doctrina verdaderamente cristiana.

 

Victor Reyes is a Sonoma-based translator, writer and teacher and a native of Puebla, Mexico. An English-language translation of this column will appear in next week’s edition.