Es difícil explicar por qué los humanos podemos ser tan violentos como pacíficos. Tenemos la capacidad de ser amorosos, sensibles y tranquilos, razonables, generosos y compasivos; pero también para ser agresivos, intolerantes y vengativos, controladores, destructores y hasta crueles y asesinos, incluso, al mismo tiempo. En el mundo actual, donde se impulsa la civilización y valores éticos positivos, entendimiento, democracia, justicia e igualdad, con leyes y su cumplimiento, para el bien colectivo en convivencia pacífica y tolerante, con frecuencia enfrentamos expresiones de lo opuesto.

Así, a pesar de las mejores intenciones y progresos, encontramos esa contradicción de manera casi natural. Un breve repaso por la historia nos muestra que la humanidad ha transitado por siglos y milenios a través de eventos violentos en toda la geografía mundial. Las grandes civilizaciones en su desarrollo han logrado expansión, control y dominio con guerras, armas, opresión y otras expresiones de violencia. La historia es un abanico de guerras y exterminios diversos alimentados por ansias de poder y control. Progreso y violencia han ido paralelas.

Avanzando hacia un mundo más civilizado, desarrollado y sofisticado, hemos usado la violencia en sus más diversas expresiones. Para hacer valer el control local, regional o mundial, los poderosos se han valido de ejércitos y armamento poderosos y sofisticados, bien para imponerse a otros más débiles o para enfrentar a quienes compiten por ese poder, como las guerras mundiales o la guerra fría.

La violencia deriva también de diferencias impuestas o no toleradas, con o sin razón, y a menudo se retroalimenta así misma, generando más violencia. A veces se le justifica, y así vemos una lista infinita de movimientos violentos en defensa de la patria, el honor, la independencia o cualquier otra razón entre grupos diversos, especialmente religiosos, con sus respectivos héroes y mitos. Además de países con democracias más o menos establecidas, con mayor o menor violencia institucional o civil, coexisten gobiernos o dictaduras que basan su dominio en diversos tipos de violencia y opresión.

La violencia se justifica como necesaria para controlar ese poder establecido, que debe ser respetado por todos para beneficio colectivo. Cada país tiene uno o más grupos especialmente entrenados para ejercer esta violencia institucional y “legítima”: ejército, marina, fuerza aérea, policías diversas, servicios secretos, etcétera. Pero, en un mundo desigual e imperfecto, con frecuencia estos grupos comenten abusos o son utilizados por autoridades o intereses en propio beneficio. Esto ocurre también entre países o a su interior. No es casual el historial de guerras o invasiones constantes protagonizadas por Estados Unidos, ni intervenciones como la “guerra contra el narco” del ex presidente mexicano Felipe Calderón, con unos 60 mil muertos y miles de desaparecidos en seis años, sin los resultados buscados.

Pobreza, desigualdad e injusticia son fuentes de violencia. En los años 80 y 90, con crisis económicas en México y Latinoamérica, gobiernos corruptos, sociedades desiguales, desempleo y devaluaciones monetarias, surgieron en grandes ciudades nuevas expresiones violentas: robos diversos, secuestros, asaltos, y grupos juveniles de pandillas, “gangas” o maras, cuyo valor de pertenencia es la violencia irracional. Se expandieron de norte a sur, junto con el consumo de drogas y la venta de armas. La venta de drogas y la migración han ido en sentido inverso.

En nuestro mundo globalizado y altamente intercomunicado de hoy, la promoción de la violencia se multiplica, presentada como entretenimiento en juegos de video, películas, televisión, internet, UTube y teléfonos inteligentes, incrementándose como valor aceptado, mayormente juvenil. Bulling, peleas callejeras, golpizas, robos, violaciones y abusos sexuales, excesos en consumo de drogas y pornografía (en especial infantil) son cosa de todos los días, y la prostitución y trata de personas es un gran negocio controlado por mafias internacionales toleradas por autoridades.

Estas nuevas expresiones de violencia, cada vez más sofisticadas, invaden el mundo de niños y jóvenes por los nuevos medios a los que sus padres no tiene el mismo acceso. La globalización de estos medios altamente tecnologizados hace que su inmediatez sea instantánea. Un joven en Nicaragua puede ver una golpiza en UTube filmada en Seattle o una violación sexual tumultuaria realizada por spring brakers gringos en una playa de México, y luego compartirla, reinterpretarla e imitarla con sus amigos.

Casi no hay ciudad grande en el mundo que no tenga tapizados sus muros de grafiti, esa expresión territorial  de violencia pandilleril iniciada en Estados Unidos, con el agravante de que esto no puede tratarse igual en diferentes países.  Además, mientras más cerca esté la gente inocente de la violencia, menos sensible es a ella. Ocurre así en países sujetos a guerras y matanzas, como en México, donde dejó de ser noticia que aparezcan numerosos cuerpos desmembrados, torturados salvajemente y sin piedad. Hace 15 años habría sido inadmisible. Así, la violencia en sus múltiples expresiones sofisticadas o primarias ya es parte y esencia del mundo de hoy.

An English translation of this column will appear in next week’s edition.