La palabra discriminar significa originalmente distinguir entre dos a más cosas para preferir una sobre las demás. Si me gusta más la salsa verde que la roja, estoy discriminando a esta última al preferir aquélla. Sin embargo, su uso más común ahora se refiere al trato de inferioridad que se da a gente de diversos grupos por diferentes circunstancias. Así, se discrimina por razones raciales, religiosas, sexuales, de género, origen nacional, etc., implicando una supuesta superioridad de grupo, raza, religión, de hombres sobre mujeres, heterosexuales sobre homosexuales, una nación sobre otra(s), etcétera.
Las diferencias entre personas y grupos han existido y existirán siempre. El problema discriminatorio surge cuando esas diferencias dan pie a un trato preferencial y desigual, implicando que unos son superiores a otros, para esclavizarlos, explotarlos, oprimirlos, verlos menos e inferiores, indignos de pertenecer al grupo superior y excluyéndolos a lo que deberían tener derecho como iguales. La historia de las sociedades humanas nos ofrece un amplio muestrario de discriminación de todo tipo, ligada frecuentemente a un dominio original forzado, que con el tiempo se volvió “normal.”
El desarrollo de sociedades democráticas y el impulso de los derechos humanos e igualdad a nivel internacional en los últimos tiempos, enfrenta todavía rémoras ancestrales. Hay países y regiones que nunca lo han alcanzado o están en el proceso y siguen fieles a creencias y costumbres discriminatorias de todo tipo, en mayor o menor grado. En América Latina, la historia de tres siglos de conquista y colonización europea dejó una enorme discriminación racial y desigualdad social y económica que todavía subsiste.
En la práctica diaria, aun con leyes y discursos de igualdad, la norma de superioridad racial implica ser o parecer blanco europeo. La colonia dejó a los grupos indígenas en el rango inferior social y económico, en los escalones superiores a los demás grupos étnicos y a los blancos en la cima. Los patrones de belleza imperantes se expresan en televisión y otros medios con presentadores, actores de telenovelas o modelos en anuncios de todo tipo, en su mayoría blancos, preferentemente rubios, cuando en México menos del 10 por ciento lo es. Los actores que no son blancos tienen papeles de sirvientes o villanos y pocos estelares. La comedia y el humor basan sus bromas en la inferioridad y estupidez de indios, negros y mestizos. El adjetivo mexicano “naco” (derivado del náhuatl) en un insulto que describe a quien carece no sólo del color de piel “correcto,” sino del estilo y sofisticación exclusivo de los blancos. El resto del continente sigue estos estereotipos según sus circunstancias.
La mayoría de quienes dirigen y controlan economía, política, finanzas o instituciones importantes, Iglesia católica incluida, y los grupos y familias más ricas, tienden a ser blancos. El resto se congratula cuando en la familia alguien es más blanco que los demás. Las mujeres en las ciudades acostumbran blanquearse la cara y pintarse el pelo de rubio o aclarárselo. En pueblos, barrios o escuelas se elige a reinas de belleza según estos patrones, triunfando a menudo las más blancas, rubias o de ojos claros.
El único antídoto válido contra esta discriminación racial es el dinero, bien o mal habido. Sólo los mestizos con éxito económico y social tienen acceso al exclusivo grupo de los blancos y pueden socializar o casarse con ellos, o bien ser una mujer tan bien dotada por su belleza, que puede romper esta barrera y acceder al grupo étnicamente dominante como amiga, novia o esposa.
Estos patrones discriminatorios llegan aquí con los inmigrantes latinos, permaneciendo y reproduciéndose entre ellos, o a través de la radio y televisión en español. Viendo a los latinos como grupo homogéneo impide pensar que esta discriminación ocurra a su interior, mientras sufren otros tipos de discriminación por ser inmigrantes latinos o hijos o nietos de ellos. Poco se sabe, por ejemplo, por qué en los Altos de Jalisco, región donde está Jalostotitlán, origen de numerosos latinos en West Marín, haya subsistido una gran población blanca europea que no se mezcló con otros grupos étnicos como en el resto del país. Muchos latinos blancos se sienten superiores a otros inmigrantes de color y los discriminan abierta o sutilmente.
No sorprende que los relativamente pocos inmigrantes latinos de clases medias y altas sean a menudo más blancos y de países sudamericanos—aunque haya algunos de México y Centroamérica—que ejercen aquí sus ventajas sociales y educativas de origen. Con frecuencia se adaptan y aprenden inglés con mayor rapidez, convirtiéndose en enlaces de comunicación entre gringos y otros inmigrantes menos favorecidos, en escuelas, agencias de servicios sociales o clínicas. Pero también pueden seguir los patrones discriminatorios ya aprendidos y usar su poder de comunicación para manipularlos, imponerles su voluntad o usar sus mejores circunstancias a su favor o en contra de quienes posiblemente continúan considerando inferiores. Por eso es importante aprender y seguir educándonos en este tema.
An English translation of this column will appear in next week’s edition.