Aún con la inminente reforma, el tema migratorio ya tiene tiempo discutiéndose con intensidad en sus múltiples aspectos, pros y contras, cambios y variantes, tanto recientes como los ocurridos a través del tiempo, considerándose incluso parte esencial de la historia y formación del país. Según de qué lado de la discusión se esté, se insiste en que somos una nación de inmigrantes y debemos aceptarlos por el beneficio económico, cultural y social que aportan, o rechazarlos, pues son como una plaga que erosiona el sistema y no podemos tolerar que lleguen más, menos en desorden y sin permiso.

Sin embargo, el tema de las migraciones de personas es sumamente complejo y sobrepasa el ámbito local y nacional del país, su historia y actualidad. Ha formado parte de la humanidad desde tiempos inmemoriales y sus causas, tan diversas como la historia misma, se dan casi siempre por sobrevivencia; desde el nomadismo ancestral, la búsqueda de alimentos y un lugar mejor para vivir, hasta guerras, hambrunas o persecuciones, e incluso por expansión, conquista, colonización y mucho más. Ahora hay más gente migrante que nunca antes en la historia, siendo parte esencial del sistema mundial económico y social que sufren muchos y disfrutan tan pocos.

Cuando un pueblo o país alcanza altos niveles de desarrollo, a menudo se vuelve dominante, transformándose en influencia y polo de atracción para aquellos menos desarrollados que suelen migrar ahí. También ocurre por guerras o conflictos entre naciones o al interior de ellas, y al final los derrotados tienen que migrar como esclavos o refugiados al país triunfador o a terceros países, que los aceptan y pueden beneficiarse de su mano de obra, habilidades o inteligencias.

En el mundo moderno de las últimas décadas y el globalizado de ahora, es común que estudiantes, profesionistas o científicos vayan a capacitarse y especializarse a países más avanzados, esperando volver al suyo a mejorar las cosas o al menos su vida personal. Pero, no siempre regresan, dando lugar al fenómeno conocido como “fuga de cerebros”, donde el país que invierte inicialmente en la educación de sus mentes más brillantes al final las pierde. Eso ocurre también por las guerras o conflictos antes mencionados.

A Estados Unidos, país dominante por excelencia, han llegado numerosas mentes inteligentes, de inmediato acogidas y luego aprovechadas. Científicos, intelectuales, inventores, literatos, directores de cine, teatro y TV, músicos, artistas y muchos más, han enriquecido y ayudado a hacer de éste el gran país que es. Con la revolución cibernética, en Silicon Valley abunda gente de India, China y muchos países más. No es casual que la nueva reforma migratoria dé especial importancia a este grupo de inmigrantes y les abra la oportunidad para quedarse.

Estadísticas recientes mencionan que existen unos 40 mil mexicanos con grado de doctorado, de los cuales 14 mil viven en Estados Unidos, otros más en Europa y menos de la mitad en México. La mayoría son egresados de las mejores universidades mexicanas, y el desperdicio de recursos invertidos en ellos es muy alto, no sólo por el costo inicial, sino por la pérdida posterior. Las razones para quedarse en donde se han especializado o simplemente migrado, tiene mucho que ver con la falta de oportunidades, estímulos y reconocimientos en su propio país, los que sí existen en el país que los acoge. Hay una lista de mexicanos destacados que realizaron inventos o adelantos médicos, tecnológicos o científicos fuera de su país.

México destina un porcentaje muy bajo del producto interno bruto a promover ciencia y tecnología. Entre los 34 países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) ocupa los últimos lugares en este rubro, aunque su economía sea la 13 o 14 del mundo. Poco valen los esfuerzos que se realizan para convencer a políticos y empresarios de invertir en desarrollo de ciencia y tecnología. Acostumbrados como están a obtener beneficios inmediatos, esa inversión a largo plazo para el país, no parece atraerles mucho, aún sabiendo las consecuencias.

Además, todo el entramado político, económico y social mexicano, incluyendo los sistemas gubernamental, legislativo, judicial, empresarial, educativo y su compleja burocracia, aunque avanzados en muchas áreas, ha sido históricamente devorados por intereses particulares y una inmensa red de corrupción endémica que nadie ha podido detener. Y aunque haya avances relativos, muchos viven esa realidad como destino inevitable, con el agravante de la violencia de los cárteles de las drogas de la última década.

Recuerdo que, cuando vivía ahí, era causa de orgullo familiar que alguien saliera a especializarse fuera del país. Conozco casos de quienes se quedaron a vivir en Estados Unidos o Europa, así como los que sí volvieron a ejercer en México y ahora están bien ahí, aunque a veces tengan que enfrentar problemas de injusticia, burocracia o corrupción. Así, la fuga de cerebros parece ser un buen negocio para los países que pueden darse el lujo de acogerlos, y malo para los que los pierden.

An English translation of this column will appear in next week’s edition.