Del 12 al 17 de febrero, el papa Francisco realizó una visita apostólica (como jefe de la Iglesia) y de estado (como jefe del Vaticano) a México. Las expectativas que generó fueron enormes, tanto para el gobierno como para la Iglesia católica y sus creyentes, que conforman unos 100 millones, aunque como porcentaje de la población hayan disminuido de 95 a 84 por ciento en 25 años.
Siendo liberal y reformista en una Iglesia católica que ha sido retrógrada y conservadora, Francisco decepcionó a los que esperaban que ventilara abuso infantil, pederastia clerical y hablara de Marcial Maciel, mexicano fundador de los Legionarios de Cristo, ligado a ricos y poderosos y cuyos abusos no se reconocieron hasta poco antes de su muerte, pues fue protegido de Juan Pablo II. El Papa tampoco tocó un tema candente en México: los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, ni habló con sus padres que rogaron les escuchara. Al parecer, pactó con el gobierno de Peña Nieto a cambio de visitar lugares emblemáticos de violencia y abusos: Iztapalapa, Chiapas, Michoacán y Ciudad Juárez.
Ante la élite política mexicana en un evento de Jefes de Estado en Palacio Nacional, habló de dejar corruptelas e hipocresías, de honestidad, derechos humanos y buen gobierno; pero nadie se dio por enterado. Afuera y durante sus recorridos en auto y en misas abiertas, fue siempre vitoreado por multitudes que fueron severamente controladas e incluso reprimidas, al punto de que no hubo ningún incidente de protesta, excepto en lugares fuera de su vista.
En la catedral metropolitana, habló fuerte a los jerarcas del clero mexicano y a su máximo representante, el Cardenal y Arzobispo Primado de México Norberto Rivera Carrera. Los conminó a dejar lujos, dejadez y vida fácil y a “luchar como hombres” defendiendo los valores cristianos de humildad. Jorge Bergoglio, el argentino ahora Papa, pertenece a un grupo ideológico opuesto al que promovió Juan Pablo II, cuyo conservador papado duró 27 años. Con algunas excepciones, la mayor parte de la jerarquía eclesiástica mexicana pertenece a este último grupo.
Aunque Rivera Carrera fue el anfitrión oficial del Papa y lo acompañó en sus recorridos, no tuvo audiencia especial con él, como sí la tuvieron otros obispos más cercanos a los pobres y al actual pontífice. Francisco, a pesar de sus fuertes y profundas palabras, como pedir perdón a los indios o aceptar a los homosexuales, no quiso entrar en controversias ideológicas y se refugió en frases espirituales. Dijo que su visita estaba iluminada por la Virgen de Guadalupe, a la que visitó en el Cerro del Tepeyac, a cuya basílica llegan millones de peregrinos cada año, siendo el santuario religioso más visitado del mundo; aún más que la Meca.
El impacto político y mediático del Papa en México fue enorme. Las dos televisoras comerciales acapararon la atención de millones de espectadores cautivos, manipulándolos a su antojo por varios días; mientras que la televisión pública (el Canal 11) hizo una cobertura moderada, no religiosa y muy analítica, para una audiencia pequeña, pero pensante. Aquí, las televisoras comerciales hispanas, incluyendo CNN en español, casi replicaron a sus contrapartes mexicanas. Algo similar ocurrió con los medios escritos, aunque algunos más críticos y los nuevos medios cibernéticos dieron apertura a opiniones más diversas, incluyendo muchas contra la visita papal e incluso contra la religión católica, las religiones en general y contra políticos y corporaciones.
Por su parte, la visita papal fue aprovechada por el gobierno y la administración de Peña Nieto; así como por gobiernos estatales y locales de los lugares visitados por Francisco. Gracias a su visita, lo mexicanos se distrajeron, olvidaron su terrible realidad y dejaron de criticar a sus corruptos y deficientes gobernantes, y éstos se mostraron bondadosos y buscaron estar cerca del Papa en cuanta ocasión pudieron. Gastaron dinero público para poner anuncios espectaculares de bienvenida al distinguido visitante y reparar calles, estadios y aeropuertos donde se presentó.
Sobresalieron en este rubro no sólo el presidente, sino los gobernadores de Chiapas y Michoacán, y el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Junto con ellos también se hicieron presentes alcaldes y políticos y representantes populares diversos, incluyendo a sus cónyuges, hijos y parientes cercanos. Y es que el Papa no es un visitante cualquiera.
No hay otro dignatario importante en el mundo que sea al mismo tiempo jefe de una religión y de un estado nación donde reside. El Estado Vaticano es un país soberano con territorio en un enclave en la ciudad de Roma, Italia, y es la Santa Sede de la Iglesia católica. El Papa tiene autoridad sobre los representantes de su Iglesia en el mundo. Obispos, arzobispos y demás curas y monjas son nombrados, removidos, premiados o castigados bajo su autoridad, con frecuencia pasando por encima de las leyes locales.
La visita conmovió a muchos, pero para otros despertó un espíritu crítico de la realidad.
Victor Reyes is a translator, teacher and native of Puebla. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.