Como hija de cualquier familia de la creciente clase media mexicana de los años cincuenta, Lucía se crió sobreprotegida, religiosa y físicamente, para preservar la idea de la virginidad hasta el matrimonio. Para ello, recibió una educación esmerada en un colegio de monjas, además de los cuidados permanentes de sus tías maternas solteras, con las que creció. Quizá por eso le costó tanto adaptarse a la realidad de la vida, cuando tuvo que asistir a la universidad.
Creció entre historias y resentimientos por la fortuna perdida en la Revolución por su familia materna, los cuentos de Hendersen, los lujos y viajes de sus amigas que a ella no le podían costear, los personajes de Disney y las series americanas de TV y una relación distante con sus cinco hermanos varones. Desde entonces, los sánduiches y las hamburguesas, y ahora las pizzas, tienen un lugar especial entre sus gustos. Como hija única, sus padres le tuvieron consideraciones especiales que no tuvieron sus hijos. “Es que es su única hermana,” les explicaban cuando protestaban la evidente desigualdad.
En cuanto pisó la universidad pública, le llovió una pila de pretendientes. Era una chica inteligente que aprendía con rapidez, además de ser atractiva y con una piel blanca y resplandeciente. A eso se agregaba su simpatía personal, que conquistaba a todos, especialmente a los hombres que la rodeaban—maestros y estudiantes—y le causaba problemas con algunas compañeras que la envidiaban; lo cual no entendía, pues su inocencia y buenos modales se lo impedían.
Tras algunos fracasos y decepciones con tipos expertos en conquistar provincianas, finalmente conoció a Federico; un alto y atlético joven cuatro años mayor que ella que la conquistó con sus motocicletas y los lujosos autos de su tía rica. Se decía que pronto administraría parte de su fortuna—estaba por graduarse como administrador de empresas—y se asumía que luego heredaría con sus hermanos la cuantiosa herencia.
Se casaron por todo lo alto. Según la tradición, el padre de Lucía pagó para que tuvieran una boda de acuerdo a las circunstancias. Sin embargo, no cubría su novio todos los requisitos que ella había soñado. Además de guapo, alto, profesional y con futuro promisorio, no era particularmente lúcido ni intelectual, aunque gustaba opinar de todo como si conociera el tema. A pesar de eso, Lucía lo consideró suficiente.
Partidaria de la participación femenina en el mundo, Lucía se graduó de abogada, pero nunca pudo adaptarse a la rudeza y trato pesado de los tribunales mexicanos, sus cárceles y a las formas y modos corruptos de su burocracia. Así que acabó ayudando a su marido en los numerosos negocios que inició y que invariablente fracasaron, y a su padre en su negocio y hasta a sus hermanos, además de visitar a su madre todos los días.
Pronto fue madre de dos hermosos mellizos, a los que se dedicó en cuerpo y alma y ayudó y formó a lo largo de su vida desde infantes hasta que llegaron a altos niveles universitarios. A pesar de los problemas financieros que enfrentaron tras las fracasadas empresas de Federico, siempre los mantuvo el escuelas y universidades privadas. Los procuraba y consentía en todo, al punto que de adolescentes empezaron a mofarse abiertamente de ella por esos excesos.
Siempre se mantuvo activa, y su capacidad de trabajo y acumulación de conocimientos la hacían la favorita de todos, aunque ella nunca pudo hacer nada para sí misma y se pasó los años ayudando y apoyando a los demás. Uno de sus hijos obtuvo una beca para estudiar una maestría en Estados Unidos y al final decidió quedarse a vivir en Georgia. Así, Lucía pudo cumplir con uno de sus sueños, aunque fuera a través de uno de sus hijos, que con el tiempo fue progresando y decidió formar su propia familia.
Así, pudo cumplirlo ella misma, cuando su hijo la invitó a su boda y pudo viajar a conocer este gran país y comer auténticos sánduiches y hamburguesas con ese sabor que sólo ella sabe distinguir desde entonces. Pero otro de sus mayores sueños pronto estaba por hacerse realidad: cuando cumplió 50 años, su hijo la invitó nuevamente a visitarlo y conocer Disneyworld, en Orlando. Aunque la edad la hacía dudar de las ilusiones de niña que guardó durante cinco décadas, ese fue uno de los viajes más inolvidables de su vida.
Victor Reyes is a translator, teacher, writer and native of Puebla, Mexico with decades-old ties to the Light. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.