Entre las sorpresas que me llevé recién llegado a este país hace tres décadas estuvo la celebración del 5 de Mayo; una fiesta patriótica mexicana importante aunque de segundo nivel, que no justificaba los grandes anuncios que vi en periódicos y tiendas, con ventas de cerveza y otro productos que me resultaban malas versiones gringas de una mexicanidad falseada tipo Taco Bell.
Ningún paisano de la fábrica donde trabajaba mencionó nada sobre la celebración; en cambio, un gringo poco amistoso con quien me aburría ayudándolo, me dijo algo inesperado que, tras repetirlo varias veces, entendí como “japi cincou di maio,” con un acento que dificultaba aún más mi pobre comprensión del inglés. Su “Happy Cinco de Mayo” era un sinsentido; ¿cómo conocía tal fecha cuando casi nadie aquí sabía nada sobre mi país?
Desde entonces pregunté a quien pude del fenómeno social-comercial de celebrar en Estados Unidos un día patriótico mexicano sin mucha relación con los inmigrantes y aparentemente ninguna con la gente de este país. Nadie lo sabía; algunos sospechaban que era la independencia de México, pero ésta se celebra en septiembre. Hasta la década de 1990, empezó a fluir información, mayormente en la televisión hispana, de los hechos de la Batalla del 5 de Mayo de 1862 en Puebla, ciudad donde nací y viví hasta venir aquí.
Se trató del inesperado triunfo mexicano sobre el poderoso invasor francés de Napoleón III, que alentado por los conservadores mexicanos que le pedían un emperador europeo que gobernara su desorganizado país, pretendía controlar México y ejercer presión sobre Estados Unidos, en plena guerra civil, para reconocer con Gran Bretaña a los Confederados del Sur como nación, darles mejor armamento y que vencieran a los Unionistas del Norte, separado al país y reduciendo su avance como nueva potencia que los europeos ya temían desde entonces.
Esta segunda intención de Napoleón III poco se registra en la historia oficial mexicana, mientras el triunfo del General Ignacio Zaragoza en Puebla se exagera y mitifica, diciendo que los combatientes mexicanos eran la mitad en número que los franceses (en realidad eran unos 5,000 por bando), aunque con armamento menos sofisticado. Sin duda fue un triunfo glorioso y bien logrado, pero omiten incidentes que contribuyeron al inesperado triunfo, como la tormenta que cayó por la tarde, atascando en el barro la artillería francesa. Un año tardaron en reforzarse y reagruparse las fuerzas napoleónicas estacionadas en Veracruz y derrotar a los mexicanos en Puebla en 1863, imponiendo a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México de 1864 a 1867.
Ese año sin el apoyo francés desde México, influyó para que los Confederados perdieran con la Unión la Batalla de Antietam en septiembre de 1862. La victoria llevó a Lincoln a proclamar la emancipación de los esclavos, echando abajo el plan británico de mediación entre el Sur y el Norte y que esperaba la Unión rechazara, para justificar el reconocimiento anglo-francés de los Confederados como nación; sólo que ahora la población británica rechazaba la esclavitud y respaldaba a la Unión. La Segunda invasión confederada al Norte fracasó en Gettysburg el 3 de julio de 1863, especulándose que el desenlace pudo ser distinto de haber contado los Secesionistas con el mejor armamento francés.
Pero lo que nunca quedaba claro era desde cuándo y por qué se da en Estados Unidos la celebración del sorpresivo triunfo de una nación empobrecida, con problemas y un ejército de segunda ante el ejército más poderoso del mundo en 1862. La novedosa respuesta nos la ofrece el profesor David Hayes-Bautista de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en su libro “Cinco de Mayo, An American Tradition,” quien tras arduas investigaciones descubrió que las celebraciones del triunfo de la batalla del Cinco de Mayo empezaron desde 1862 en California y pronto a lo largo del suroeste estadunidense.
Fueron los mexicanos e hispanos unionistas de California que no querían el triunfo Confederado ni volver a la esclavitud abolida con la independencia cuando aún era parte de México. La nueva Constitución mexicana de 1857 refrendó la abolición de la esclavitud y la igualdad de razas con los mismos derechos y fue publicada en California enterando tanto a los californios del sur como a los latinoamericanos llegados al área de la bahía de San Francisco con la fiebre del oro.
Sólo dos semanas pasaron para que las noticias del triunfo mexicano sobre Francia llegaran a las costas de California, se publicaran en los muchos periódicos en español de entonces y los mexicanos y latinos se regocijaran y eventualmente hicieran del General Zaragoza, héroe de la batalla, su propio héroe. Desde entonces se celebra en California y luego en los diversos estados la victoria mexicana de la Batalla del Cinco de Mayo, retomada después como bandera en la lucha por los derechos civiles que libraron otras generaciones de méxico-americanos y mexicanos inmigrantes.
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