Dada la enorme influencia de Estados Unidos en el mundo y el flujo de información que produce, el día de su independencia y sus festejos son bien conocidos. Esto no significa que la fecha se celebre más allá de nuestras fronteras, a diferencia de otras fiestas como Halloween o Navidad, que la mayoría en occidente trata de imitar.

Claro, el 4 de julio es una fecha patriótica y no es fácil replicarla como propia en otro país, aunque aquí se celebren el 5 de mayo, San Patricio o hasta el Día de Muertos, por mencionar algunas. La explicación no es sólo por el número de inmigrantes llegados de otros países, México o Irlanda, en este caso; sino una predisposición que los gringos suelen tener para incluir como propias fiestas y celebraciones que en esencia les son ajenas.

En México, por su especial relación geográfica e histórica con Estados Unidos, se ha desarrollado un sentimiento encontrado de amor y odio, admiración y crítica hacia el país más rico del mundo y sus habitantes. Las clases medias y altas quieren ser y parecer gringos en sus gustos, costumbres y hasta ideas; hablan inglés con fluidez, viajan tanto como pueden a las ciudades que consideran importantes aquí, donde compran mercancías e incluso propiedades y depositan sus caudales en sus bancos.

Estos últimos privilegiados, no más del cinco o seis por ciento de la población mexicana, se vuelven acérrimos patriotas en celebraciones mexicanas, sobre todo si están en el extranjero, como cuando van a estadios estadunidenses a ver jugar a su equipo de futbol nacional, aunque están prestos a criticar a diestra y siniestra tanto a su país como a este otro al que tanto admiran y a donde viajan gustosos.

Ellos nunca celebrarían el 4 de julio en México, aunque posean parrillas gringas en sus enormes casas y hagan barbiquiú (BBQ) al mejor estilo gringo, algo desconocido para la mayoría de sus compatriotas. Pero ¿qué dirían estos y otros mexicanos si vieran a alguien como Cecilia y sus cuatro hijos, residentes de Zacatecas, quienes ese día siguen la costumbre de hacer salchichas y hamburguesas asadas adornadas con banderitas con barras y estrellas en una parrilla muy parecida a la que tenían cuando vivían en Arizona? Otros miles de mexicanos repatriados viven mezclando las propias con algunas costumbres gringas, muy alejadas de las de la mayoría de sus paisanos que los ven con recelo y extrañeza. 

Este nuevo fenómeno social tiene apenas unos diez años y se ha incrementado con el creciente regreso de inmigrantes y sus familias. Aunque siempre ha habido algunos que regresan a su país, el incremento empezó con el huracán Katrina y la migración interna que provocó, las amenazas de nuevas leyes antiinmigrantes como en Arizona, la recesión económica por la crisis hipotecaria con pérdida de bienes y empleos y la ola contra los inmigrantes, retomada ahora por Donald Trump, junto a las excesivas deportaciones durante la ministración Obama y el fracaso político de una reforma migratoria.

Por primera vez en la historia moderna, el número de inmigrantes de México no aumenta e incluso disminuye, encontrándose en el punto cero, pues los que regresan son casi la misma cantidad que los que llegan. Los expertos hablan de medio millón o más al año. Con una cantidad así de repatriados a México, país que no puede ofrecerles las mismas oportunidades de empleo, salarios o servicios que acostumbraban aquí, la situación para la mayoría es poco promisoria.

Quienes enfrentan mayores problemas son los hijos de esos inmigrantes de ida y vuelta forzada; niños y jóvenes que crecieron aquí y poco o nunca estuvieron en el país de sus padres, al que ahora tratan de adaptarse. Desde el desconocimiento de la cultura y costumbres reinantes en México –falta de reglas, nulo respeto y aplicación de la ley o informalidad en la vida diaria–, hasta no poder hablar español o hacerlo deficientemente, sufriendo en la escuela los mismos problemas de aprendizaje que muchos tenían aquí, pero por su inglés; además de burlas y abusos de sus compañeros y hasta de algunos maestros, además de las de vecinos, parientes y amigos.

A eso hay que agregar un sentimiento de falta de identidad y el trauma sicológico que esto conlleva. Aunque sus padres les reafirmaban su mexicanidad cuando vivían aquí en una realidad gringa que a menudo los separaba y rechazaba, haciendo que no se sintieran ni mexicanos ni estadunidenses por completo, ahora en México enfrentan lo mismo, pero al revés. Habiendo crecido con costumbres gringas, aunque celebraran el 5 de mayo en la escuela, ahora no entienden ni siquiera esa celebración allá.

Cecilia celebra el 4 de julio principalmente porque sus hijos la empujaron a ello. Invitó a sus vecinos, quienes comieron gustosos lo ofrecido, pero se sintieron extraños y alejados de la celebración, en especial cuando Alicia, la hija mayor, empezó a recitar el Pledge of Allegiance, ondeando la bandera estadunidense. 

 

Victor Reyes is a translator, teacher, writer and native of Puebla, Mexico. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.