Además de trabajo, alimentación y descanso, los seres humanos necesitamos de otras actividades de distracción y ocio para llevar una existencia más equilibrada y completa. A través de la historia hasta la actualidad, las civilizaciones conocidas han tenido y tienen actividades de diversión y esparcimiento, así muchas se vean ahora como inapropiadas o ilegales. En nuestra vida moderna existe una enorme gama de ellas, llamadas ahora entretenimiento, conformando parte del mundo comercial y capitalista en que vivimos.
Hay desde simples juegos de mesa, infantiles, sociales o deportivos, hasta sofisticados juegos y aplicaciones para dispositivos digitales como computadoras, tabletas y celulares, además de expresiones profesionales de teatro, cine, música o deportivas para grandes audiencias. La radio, el cine y la televisión, han dado marco multitudinario a muchas de ellas, en especial las deportivas, al punto que la televisión distribuye y domina su millonaria comercialización. Nunca hubo tantas actividades de entretenimiento ni tantos tuvieron acceso a ellas como hoy, aunque la TV abierta siga dominando en países con abundante pobreza.
Aún con la irrupción de tecnología digital que rebasa potencialmente a radio y televisión tradicionales, cable y TV cerrada, en México la cadena Televisa controla casi 70 por ciento del mercado, influyendo con su programación y perspectivas a la mayoría de la población, con acceso limitado a nuevas tecnologías. Televisa, como las grandes empresas dominantes del país, creció al amparo del sistema antidemocrático del Partido Revolucionario Institucional (PRI) estando a su servicio, y recientemente influyó para que el PRI volvieran al poder con Peña Nieto.
Entre las reformas estructurales aprobadas por el Congreso mexicano el año pasado, destaca la de telecomunicaciones, incluyendo radio, televisión, telefonía e internet. Su espíritu original era terminar con los cuasi monopolios dominantes de esos negocios, dar entrada a nuevos participantes y crear diversidad de opciones al consumidor, bajando precios con mayor y más justa competencia y apoyando medios alternativos no comerciales.
Las reformas aprobadas necesitan reglas detalladas llamadas “leyes secundarias,” elaboradas por comisiones del Congreso que las votan, ya sin mayoría parlamentaria. Aunque se advirtió del riesgo de que la influencia de los grandes consorcios dominantes en telecomunicaciones revirtiera el espíritu de la reforma en las leyes secundarias, las que propuso Peña Nieto al Congreso están por aprobarse, a pesar de ser regresivas y poco tienen que ver con su espíritu original. Así, parece cumplirse nuevamente la máxima política mexicana de anunciar grandes cambios para que al final nada cambie. Una vergüenza y tomadura de pelo para la gente.
Por otro lado, sabemos del creciente desarrollo e influencia que la televisión y radio en español tienen en Estados Unidos. Televisa trató hace años de apoderarse del ya entonces suculento mercado “hispano,” pero las leyes antimonopolio se lo impidieron. Sin embargo, se alió a la que resultó cadena dominante aquí, Univisión, con audiencias también cercanas al 70 por ciento, siguiendo el modelo de Televisa, que nutre la mayoría de su programación.
Escudándose en la idea del entretenimiento desarrollada en este país, que trata de mantener a la gente alejada de la realidad, Univisión, su competidora Telemundo (25 por cento de audiencia) y las numerosas cadenas pequeñas en español, ofrecen mucho entretenimiento insulso (telenovelas, comedia, chismes de farándula, futbol, etc.), muy poco análisis de la realidad, numerosas entregas de premios con alfombra roja, sobre todo musicales, y una suerte de orgullo o patriotismo “hispano o latino,” que explota cualquier éxito individual o colectivo para resaltar que los latinos somos mejores.
La radio en español, por su parte, ha desarrollado exitosos programas matutinos hablados similares a algunos programas provincianos de México, logrando enormes audiencias, tanto que muchas de sus estrellas—como “Piolín” Sotelo y muchos otros—han accedido a contratos millonarios con grandes consorcios radiales tradicionales o de internet. Esos shows duran varias horas y consisten principalmente en hablar mucho, rápido y de manera directa, usando lenguaje vulgar, sexista, limitado y coloquial, contando chistes simples de mal gusto y burlándose de los menos afortunados. En su parte seria mezclan esto con causas populares a favor de los inmigrantes, como la reforma migratoria, y apoyan situaciones dramáticas de pobreza o abuso.
Estos medios hispanos (por ser en español) han crecido a la par de la población latina en Estados Unidos, cobrando así enorme importancia económica, pues representan acceso a millones de latinos que compran y consumen cualquier cosa, lo que no ha pasado desapercibido para grandes negocios y corporaciones que promueven el consumismo patrocinando cualquier programa, evento o espectáculo derivado de este entretenimiento, como conciertos, entregas de premios, juegos de equipos profesionales del futbol mexicano y de su selección nacional y, más recientemente, películas en español.
Manteniendo a su audiencia latina entretenida en chismes, música, deportes y actividades que promueven ideas tradicionales de machismo, sumisión, orgullo y patriotismo barato, haciéndola sentir bien tan sólo consumiendo productos e ideas insulsas, los medios en español hacen un negocio redondo.