Las migraciones hacia Estados Unidos a través de su historia se han dado en tal número, que es común escuchar que éste es un país de migrantes. Las estadísticas nos dicen que aún ahora, el todavía país más rico y poderoso del planeta recibe anualmente más migrantes que cualquier otro. Muchos economistas afirman que estas migraciones han sido una de las causas de la riqueza y productividad del país.
México, el vecino fronterizo del sur cuya historia ha estado inevitablemente ligada a la de EU, es el país con la mayor cantidad de migrantes aquí llegados; aunque no hay país del mundo de donde no haya migrado alguien. California es el estado con la mayor cantidad de migrantes latinos, aquellos venidos de Latinoamérica; pero ya no hay estado de la Unión donde no haya migrantes de ese origen.
Quienes se identifican como latinos -migrantes y sus descendientes- suman ya 50 millones, la mayor minoría étnica del país. La mitad son de origen mexicano y los demás del resto de los países del subcontinente. Por eso políticos y partidos se disputan sus preferencias electorales y los cortejan de mil maneras.
Aunque resulte obvia la diversidad entre los grupos de migrates por su origen, es común que a los latinos se les considere un grupo compacto y único, sin fisuras ni diferencias importantes, con el español como idioma común, al punto de que erróneamente se les llame “hispanos”, palabra que literalmente significa español, algo o alguien originario de España.
En todos los territorios de las Américas conquistados y colonizados por los europeos hasta por tres siglos, dejaron, además de su cultura e idioma, una historia de discriminación racial y social que perdura, con formas discriminatorias como aquella creada contra los africanos negros capturados y vendidos como esclavos, a menudo sustituyendo a los nativos exterminados.
Muchos latinos aquí reproducen costumbres discriminatorias heredadas que traen de sus países. Ahí, en la escala racial y social dominan los blancos con rasgos europeos. En la parte baja quedan los de color más oscuro, mestizos, indígenas y negros. Con excepciones y variantes, en cada país latinoamericano domina una minoría de blancos que son los más ricos, mientras el resto de la población de color conforma la mayoría pobre.
Existen también discriminaciones entre países. Argentina y Uruguay tienen mayoría poblacional blanca, por migraciones relativamente recientes de Italia y otros países europeos. Al interactuar en otros lugares del continente, suelen expresar una supuesta superioridad racial. Hay países con gran población indígena, como Guatemala, Bolivia o Perú, y aunque México y Brasil los igualan en número de indígenas, su porcentaje poblacional los hace minorías, pero sufriendo todos una enorme discriminación.
A los latinos en Estados Unidos los identifican su idioma, sus orígenes y el ser migrantes o sus descendientes. Los medios “hispanos” a menudo lanzan mensajes de unidad y promueven una confusa agenda pro inmigrante (ahora anti Trump) y lo que llaman “orgullo hispano”, destacando a latinos “exitosos” como Jennifer López o Ricky Martin. En el espectro político suelen ser demócratas—excepto los cubanos y sus descendientes-, aunque en la práctica sean profundamente conservadores.
En medio de esta enorme diversidad de actitudes discriminatorias que cruza el espectro social latinoamericano y que reproducen los latinos aquí, es posible ver otras expresiones, como los centroamericanos que se sienten superiores a los mexicanos, pero que establecen diferencias entre ellos. Conocí a una hondureña que no creía que yo fuera mexicano y me aseguraba que en su familia todos eran blancos y superiores a los demás hondureños. Me aseguró que los “indios” guatemaltecos eran inferiores, aunque mejores trabajadores que los mexicanos.
Recuerdo hace años una disputa aparentemente menor en West Marin entre las hijas de una inmigrante del centro de México racialmente oscuras y otros niños latinos blancos de Jalisco, que las habían insultado llamándolas “indias prietas” por su color de piel. Otra ocasión, unos argentinos educados y de clase media me preguntaban cómo era posible que mexicanos y centroamericanos a los que tenían que tratar por su trabajo, fueran “tan ignorantes y no supieran inglés,” justificando que fueran discriminados pues eran una carga para el país.
Siempre ha habido migrantes latinos documentados que lamentan la llegada de indocumentados, pues sienten que ejercen una injusta competencia por sus puestos de trabajo y no se han esforzado igual que ellos. He visto miembros de una misma familia discriminarse entre sí por esta causa, pues unos nacieron aquí y son ciudadanos o han obtenido documentos por otros medios, y los otros no.
Ahora hay latinos que simpatizan con Trump, su famoso muro fronterizo y su retórica antiinmigrante; creyendo que los migrantes son malas personas y negativos para este país, sin entender que detrás de estos flujos migratorios a menudo ha habido intereses económicos y militares oscuros que han causado criminalidad, desigualdad y pobreza en sus países, promovidos en su momento por Estados Unidos y sus aliados, incluyendo el consumo y tráfico de drogas consideradas ilegales.