El presidente mexicano Enrique Peña Nieto va de crisis en crisis. Tras prometedor inicio en 2012, su enorme popularidad se diluyó y ahora es menor al 20 por ciento. Su gran y único logro fue aglutinar a líderes y congresistas de los principales partidos para lanzar y aprobar importantes reformas estructurales en un año, prometiendo un México justo e igualitario, con bienestar y futuro para todos.
La reforma sobre transparencia—sin la cual serían imposibles las demás—combatiría corrupción y desigualdad. Pero las comisiones del Congreso, al detallar las leyes del funcionamiento de muchas reformas, les hicieron “pequeños cambios,” protegiendo statu quo y privilegios de corporaciones, millonarios, políticos e intereses creados, incluyendo al crimen organizado. Así, casi todas las reformas naufragan. Además, los precios del petróleo cayeron y su estelar reforma energética, que potenciaría la economía, fracasó.
En la debacle reformista, en 2014 salió la noticia de que la Primera Dama tenía una mansión de 8.5 millones de dólares, gracias al trato privilegiado del contratista favorito del antes gobernador y ahora presidente Peña. Aunque presidencia restó importancia al hecho, evidenció corrupción y conflicto de interés al más alto nivel. La señora dio una desafortunada explicación televisiva; entonces, el Presidente nombró un fiscal anticorrupción para investigarlo a él, su esposa y su Secretario de Hacienda, por algo similar. Tras larga investigación, su fiscal no encontró nada ilegal.
Peña continuó discretamente la “Guerra contra el narcotráfico” de su antecesor, Felipe Calderón, con más de 100 mil muertos en seis años. Muertes y desapariciones continuaron. En Iguala, grupos del narco desaparecieron a 42 estudiantes de Ayotzinapa en 2014, protegidos por policías, militares y autoridades. Antes, el ejército ejecutó a 22 integrantes del crimen organizado en Tlatlaya, se supo después por otra noticia. Hubo otras ejecuciones extrajudiciales, según testigos e investigaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El gobierno no ha resuelto nada.
Esto creó crisis de derechos humanos, expresada también en los sistemas judicial y penitenciario, con esperas, papeleo, abusos y corrupción en juzgados, miles de casos irresueltos, más de la mitad de presos esperando proceso y una mayoría siendo inocentes, pero confesos bajo tortura, errores administrativos o corrupción; o acusados por delitos mínimos, como robos de poca monta. Luego vino la fuga por un túnel del “Chapo” Guzmán de una prisión de máxima seguridad, con sospechas de alta corrupción. Aunque fuera capturado meses después con ayuda de Estados Unidos.
México ha signado acuerdos internacionales de derechos humanos. Así, expertos de la Organización de Estados Americanos, Naciones Unidas o Human Rigths International han visitado el país para investigar casos como los mencionados, concluyendo graves violaciones al debido proceso y/o a derechos humanos. El gobierno de Peña ha respondido con negativas, evasivas y excusas.
Con producción y precios del petróleo a la baja y la economía mundial en crisis, el país crece menos de lo proyectado, potenciando pobreza, desempleo, economía informal y criminalidad, con creciente corrupción de gobernadores y autoridades de todos los partidos, aumentando violencia y desigualdad económica y social y poniendo al gobierno de Peña en situación cuestionable y complicada. Recientemente se publicó que su tesis universitaria contiene 30 por ciento de partes plagiadas. Respondió que fueron “errores metodológicos.”
Para colmo, invitó a Donald Trump, tratándolo como dignatario sin serlo, permitiéndole establecer fecha, agenda y dirigir la conferencia de prensa final. Nadie entendió tal desatino. Al parecer lo hizo para congraciarse con un posible Presidente Trump antimexicano; quizá era su golpe maestro para recobrar credibilidad y popularidad perdidas, diciéndole que México rechazaba sus dichos y no pagaría un muro fronterizo. Pero fue tan timorato, esquivo y “respetuoso”, que acabó hundiéndose más y rehabilitando al debilitado candidato republicano. El ridículo fue enorme; llovieron críticas unánimes y despiadadas en México y el exterior; nadie lo defendió. Algunos piden su destitución por ineptitud y traición a la patria.
Sin aceptar su error, despidió al Secretario de Hacienda, confirmando la sospecha de que éste tuvo la “brillante idea” de invitar a Trump. Ahora sólo repite que es víctima de la mala prensa y la negatividad popular, pues nadie reconoce sus “enormes logros.” Los 27 meses restantes del debilitado Peña no se ven fáciles. Ningún presidente ha sido tan impopular. Además, está atrapado en el juego de la sucesión presidencial de 2018. En la tradición del PRI, el presidente nombra al candidato de su partido el último año, cuando el ejecutivo pierde reflectores, quedando sólo con que haya hecho. Ante su pésimo desempeño, su candidato llegará debilitado a enfrentar a candidatos que ya iniciaron informalmente campañas.
Desconfiando de Peña y los políticos, los ciudadanos votarán en 2018 por el menos malo, mientras partidos y candidatos inventan más tretas para engañarlos y seguir medrando del poder, que para ellos representa sólo un enorme negocio.