2017 aparece ante los mexicanos como un año incierto, oscuro e impredecible. No sólo por las declaraciones y medidas antimexicanas de Donald Trump, el nuevo e insólito presidente estadunidense, sino por la debacle económica y política que desde 2014 va haciendo las cosas cada vez más complicadas y difíciles para México.

El presidente Enrique Peña Nieto ha fracasado tratando de lidiar y remediar estos problemas. Su luna de miel inicial, con la aprobación en el Congreso de grandes reformas estructurales y el aparente éxito derivado de ellas, pronto se transformó en pesadilla, con la creciente corrupción de políticos de todos los partidos, especialmente gobernadores del P.R.I. y empresarios ligados a ellos.

La reforma de transparencia y anticorrupción fue prácticamente desmantelada al ser redactada, y la presión de grupos civiles para establecer la ley 3 de 3, que propone que quien aspire a un puesto político o administrativo gubernamental declare sus bienes patrimoniales, intereses económicos e impuestos, nunca fue aprobada. Solo algunos lo hicieron de voluntariamente y sin decir toda la verdad. El resultado fue una virtual declaración de que la corrupción en el gobierno es obligatoria e imprecindible, desde el presidente hasta el policía de menor rango.

Pero el problema mayor es la economía. La caída de precios del petróleo y la baja en su producción, antes la principal fuente de ingresos del gobierno con la paraestatal PEMEX, hicieron fracasar la bonanza prometida por la reforma energética. Para colmo, el precio de la gasolina, que según Peña bajaría, dejó de subsidiarse para ajustarse al precio internacional desde el 1 de enero, un año antes de lo planeado.

La reacción a esa medida sorpresiva causó airadas protestas y críticas, inesperadas para un gobierno a la baja, que no previó tal reacción social. A las protestas siguieron varios días de saqueos a comercios y supermercados en varias ciudades (incluida Puebla, desde donde escribo); aunque pronto se supo que muchos habían sido organizados por grupos de choque afines a partidos políticos. La reacción fue de pánico generalizado. Las protestas siguen, pero ya sin saqueos. El gobierno solo observa y espera, creando más incertidumbre.

El peso mexicano había sido una moneda relativamente estable desde 1997, cuando se fortaleció la macroeconomía y el peso se dejó flotar libre frente al dólar. Su devaluación pasó de 10.88 pesos por dólar en 2006 a 12.96 en 2012. En junio de 2016 estaba a 15, pero ahora, tras la elección de Trump y la incertidumbre económica, ha caído a 22. Casi todo es muy barato para mí, pues obtengo más pesos por menos dólares, pero para los mexicanos los precios aumentan, y con el alza a la gasolina, de la que dependen muchas cosas, su situación es cada vez más difícil, con aumento de pobreza, criminalidad y violencia.

Tras las primeras protestas, las reacciones del gobierno fueron demagógicas y desafortunadas, con discursos en televisión tratando de explicar el alza de manera técnica; pero la falta de credibilidad pública e inteligencia política de Peña empeoraron las cosas, resultando en más protestas y algunos brotes de violencia y represión.

Ante la llegada de Trump y su confirmación sobre la construcción del muro fronterizo, las deportaciones masivas y el regreso a Estados Unidos de inversiones y empleos en México de la Ford y otras empresas automotrices, Peña rescató a su ex ministro de hacienda, Luis Videgaray, que había salido del gabinete presidencial tras la fracasada invitación y visita de Trump a México cuando aún era candidato, aunque no el favorito.

Ahora Videgaray regresa como ministro de Relaciones Exteriores, pues se piensa que al tener contactos con el equipo de Trump, será el indicado para lidiar con el nuevo y antimexicano presidente estadunidense; aunque nada señala que con su solo nombramiento salvará a México de la debacle que se avecina.

Así las cosas, estar en México ahora es un poco extraño. Por un lado disfruto de mil y un antojos y platillos, lugares pintorescos, gente amable y amistosa, familiares y amigos, hablando con ellos sobre su vida diaria y esta nueva incertidumbre cotidiana. Aunque en realidad esto no es nuevo. Desafortunadamente para este hermoso país y su gente, las debacles económicas han sido cíclicas y recurrentes.

Recuerdo varias crisis económicas y devaluaciones (con gobiernos del cuasi-dictatorial y autoritario P.R.I.) en 1972, 1976 y 1982, cuando aún vivía yo aquí. Luego vinieron otras en 1985-86, 1988, 1994 y 1995, y algunas menores en los años 2000, sobre todo cuando se incrementó la violencia derivada de los carteles de las drogas y la guerra que les declaró el presidente Felipe Calderón en 2006. 

El resultado, a pesar de los miles de millones gastados en grupos de seguridad, policías, ejército, marina y armamento, el resultado es nulo y las cosas igual de inciertas. México es un país rico donde abundan los pobres, la corrupción y la violencia. ¡Qué pena!

 

Victor Reyes is a translator, writer and native of Puebla, Mexico with decades-long ties to the Light. An English translation of this column will appear in an upcoming edition.