Alma sonríe con timidez mientras inventa una excusa a maestros, administradores y especialistas de su escuela, diciendo que seguramente su madre está ocupada con su hermanito y no pudo ir a la reunión convocada sobre el aprovechamiento escolar de su hija. El director asistente le explica que es importante que sus padres sepan cómo va en la escuela. La sicóloga se retira, pero antes entrega a los presentes el resultado de las evaluaciones aplicadas a Alma. Al final, deciden enviar a sus padres una nota en un español improvisado, junto con el paquete de documentos en inglés que explican la situación de su hija.
Con quince años y siete en escuelas de Marín, Alma lee inglés a nivel de segundo grado. Eso le impide entender los problemas de matemáticas, aunque tampoco sabe multiplicar ni dividir con dos dígitos. En ciencias no le va mejor y su escritura es deficiente. Nada parece indicar que Alma tenga problemas de aprendizaje, su comportamiento es normal, se lleva bien con sus compañero y sus maestros sólo se quejan de que no aprende ni parece importarle mucho. No saben bien qué hacer para ayudarla; recibe apoyo académico y de recursos, pero no cubre los requisitos para servicios de educación especial.
Sus padres, como muchos inmigrantes, no entienden bien el sistema escolar de este país. Llegaron ilegalmente para trabajar y vivir mejor. Su padre tiene dos empleos y sólo lo ven por las noches. Su madre atiende la casa y a sus cuatro hijos y trabaja en un “par-tain,” como ella dice. Nadie lee en casa, ni hay libros ni revistas. El principal pasatiempo es la televisión. Alma y sus hermanas ven telenovelas de noche con su mamá; en las tardes prefieren la tele en inglés. Aunque reconoce palabras escritas en español que su madre lee en la pantalla o en la tienda, Alma asegura no saber leer ni entender bien su idioma materno.
Mientras sus padres hablan español en casa, ella y sus hermanas prefieren usar inglés; aunque en la escuela son consideradas aprendices de este idioma, pues las evaluaciones las colocan en un nivel deficiente. No sabe si sus hermanas leen mejor que ella. Su hermanito de apenas tres años también prefiere el inglés. A Alma todo esto la tiene sin cuidado. Se siente una chica normal y después de high school quiere trabajar en un salón de belleza, pues le gustan los peinados y el maquillaje y “para eso no hay que leer ni hacer cuentas.”
En la escuelas de esta área y muchas regiones del país, el crecimiento estudiantil se debe principalmente a los inmigrantes, en su mayoría latinos, quienes presentan el aprovechamiento más bajo. 90 por ciento de entre 16 y 25 años reconoce el college como la ruta del éxito en la vida; pero sólo la mitad planea hacerlo y menos lo realizan. Los que dejaron de estudiar explican como razón fundamental motivos económicos, ayudar a la familia; pero su segunda excusa es su pobre dominio del inglés.
La poca o baja escolaridad de los latinos en Estados Unidos no es nueva; aunque recientemente se ha moderado. Esto, y el aumento de la población latina han resultado en que haya cada vez más caras y nombres latinos no sólo en escuelas, colleges y universidades, sino en el mundo laboral, comercial e incluso artístico y científico. Pero pocos de estos “latinos exitosos” se educaron aquí. Muchos fueron formados en su país de origen y son parte de la llamada “fuga de cerebros.” Su país invirtió en su educación, pero no pudo retenerlos, y ahora es aquí donde se les aprovecha.
Los latinos se consideran tan capaces o más que cualquiera. La televisión y la radio en español repiten esto alentando un chovinismo grupal en sus escuchas (sin distinción de nacionalidad), hablando del “orgullo hispano o latino” cuando alguno destaca en alguna actividad del arte, las ciencias, la política, la tecnología, el deporte, etc., tratando de eliminar los falsos estereotipos latinos del jardinero, sirviente o criminal, y de la lucha que—ciertamente—se ha dado para acabar con este problema. Pero poco explican de sus carencias ni por qué numerosos latinos no pueden competir ni adaptarse del todo a la vida estadunidense. Mandan mensajes contradictorios, pues pareciera que el éxito dependiera sólo de la voluntad personal y la buena fortuna.
Ufanándose de ser buenos y capaces para todo, pero sin verdadera preparación para mostrarlo en la realidad, muchos acaban en los niveles más bajos de la escala escolar, social y laboral, con los problemas inherentes a ello: bajo rendimiento y abandono escolar, ignorancia, embarazos juveniles, pobreza, caos y violencia familiar o pandillerismo. Además, el flujo de nuevos inmigrantes que, aunque a la baja, todavía es numeroso, reproducirá el ciclo, pues marginados, pobres y sin educación en sus países, poco entenderán el funcionamiento del sistema imperante aquí y serán mano de obra barata para beneficio de la economía general, pero viviendo situaciones como las de Alma y su familia.
Victor Reyes is a Spanish translator, writer and teacher with decades-old ties to the Point Reyes Light. A translation of this column will appear next week.