Entre las celebraciones que se han afincado con éxito con la llegada de inmigrantes de otros países, se encuentra una que por sus características llama mucho la atención y tiene cada vez más adeptos. El Día de los Muertos proviene de una tradición mesoamericana ancestral que, como otras de origen indígena, sobrepasó al cristianismo impuesto por los españoles con la conquista, mezclándose y resultando en un sincretismo religioso y pagano.

En Point Reyes, el Día de los Muertos se observaba ya hace casi tres décadas, cuando Ruby Morris y Terry Elaine invitaban a la oficina de Health and Human Servicies a la Sra. Concha, chamán india de San Francisco, que bendecía una ofrenda que Ruby preparaba y adornaba. Con el tiempo y quizá con la muerte de la querida Ruby, esa costumbre anual desapareció, pero algo del espíritu quedó. 

El año pasado, hubo una celebración nueva, muy bien organizada y coreografiada que empezó en el taller del artista plástico Ernesto Sánchez, que creó esqueletos y figuras gigantes, similares a las que se hacen en algunos lugares de México. Ahí, muchas personas se pintaron la cara como calaveras y expresiones mortuorias, disfrazadas o vestidas para la ocasión. Eran miembros del Coro de los Muertos, un proyecto de Sound Orchard (Hortaliza de sonidos), organización no lucrativa que lideran los músicos Debbie Daly y Tim Weed.

Tim y Debbie organizaron ensayos previos del coro, la música y la coreografía presentados durante la celebración, incluyendo una composición en español original de Tim. Empezaron con cantos en la esquina de la Gallery Route One y, tras la llegada de miembros de un  grupo de Danzantes Aztecas (que nunca participan en México es esta celebración), siguió una procesión pública desde ahí hasta el Dance Palace, donde niños latinos pasaron a colocar piezas a la ofrenda colectiva levantada previamente. Todo con música y coros dirigidos por Tim y Debbie, con la bien orquestada coreografía. 

Esta nueva celebración local, con poca iniciativa y participación latina, recreada según la inspiración de los organizadores y con el coro de los muertos, ha sido muy bien recibida y aceptada por los gringos locales, que a menudo tienden a buscar refugio espiritual en celebraciones ajenas, quizá por falta de tradiciones ancestrales propias. Este año habrá una celebración similar, nuevamente con poca participación latina, no sólo por su poca autenticidad, sino porque la mayoría de inmigrantes locales provienen del área de Jalostotilán, en México, donde no siguen mucho esta tradición.

Después, Tim, Debbie y el coro irán a Bolinas con sus cantos, coros y coreografía. Ahí la activa sinaloense Mirta pone cada año una ofrenda en el edificio comunitario donde hay una celebración. Más latinos participan ahí, pues no son del mismo origen que los de Point Reyes, por lo que sus costumbres sobre esta celebración son distintas. Casi en cada lugar conocido donde hay inmigrantes latinos no falta quien organice algo relacionado con el Día de los Muertos, como en Petaluma, donde la recreación abarca todo un mes, en el que cabe cualquier expresión que se supone latina y muchos comerciantes locales ponen una ofrenda en sus escaparates. Esto trasciende no sólo el área de la bahía y California, sino de muchos puntos del país.

En México, la celebración contiene diversas variantes, según la época, región y nivel social y de educación de los celebrantes. Existen partes donde ni siquiera se celebra. La creencia original es que el alma de los fallecidos regresa la noche del 1 al 2 de noviembre, por lo que hay que prepararles un altar alusivo –no religioso, aunque con imágenes cristianas– llamado ofrenda, con recuerdos y utensilios de lo que hicieron y gustaron en vida, incluyendo comida.

Además, hay que visitar el cementerio donde se encuentran sus restos, para limpiar la tumba y llevarles flores; aunque en pueblos rurales con mayor tradición indígena la gente pasa ahí la noche, rezando, cantando, llorando, comiendo, tomando, recordando y celebrando, en una mezcla de magia, fiesta, religión y catarsis, impropia de quienes viven en ciudades y se sienten más sofisticados y menos supersticiosos.

En esas áreas urbanas no se permite pasar la noche en los cementerios, aunque cientos de miles asisten a ellos para visitar a sus muertos el 2 de noviembre. Todavía hay creyentes que erigen una ofrenda en casa, costumbre que iba desapareciendo; aunque ahora mucha gente la ha retomado como tradición pagana, similar al árbol navideño, sin el espíritu original, en el que ya no creen. Todo se complementa con la compra, confección y consumo de alimentos exquisitos y artesanías nuevas y tradicionales, como las calaveritas de azúcar. 

Con ese renacer de la costumbre sin necesariamente creer en ella, impulsada en muchos casos por autoridades gubernamentales, hay ahora ofrendas públicas dedicadas no sólo a individuos, sino a grupos o entidades. Todo mezclado con expresiones cada vez más comerciales y tergiversadas del halloween gringo, que llegó para quedarse.

 

Victor Reyes is a translator, teacher, writer and native of Puebla, Mexico. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.