Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador desde 1977, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por un sicario, mientras oficiaba misa en una capilla de la capital salvadoreña. A pesar de pertenecer al Opus Dei, organización ultra conservadora dentro de la Iglesia católica, Monseñor Romero pronto se dio cuenta de la persecución a los miembros de la iglesia que defendían a los pobres y perseguidos por la guerra civil (1980-1992).
Así lo denunció en la Universidad Católica de Lovaina el 2 de febrero de 1980. Dijo que más de 50 curas habían sido atacados, amenazados o calumniados. Seis asesinados y muchos torturados y expulsados del país. Muchas mojas también sufrieron, y ni que decir de los católicos comunes. Poco después de ser nombrado arzobispo, fue asesinado uno de sus mejores amigos, Rutilio Grande, un jesuita progresista. Esto pareció ser el catalizador del cambio en Monseñor Romero. “Si lo han matado por lo que hizo. Ese es el camino que debo seguir”, dijo.
Pidió a las autoridades que investigaran, pero no se hizo nada e incluso se censuró la noticia. La represión continuó. Mandó una carta al presidente Carter denunciando al gobierno represor salvadoreño apoyado por Estados Unidos, para que dejara de mandarle armas; pero Carter no quería otra Revolución Sandinista en Centroamérica y siguió apoyándolo.
La guerra sucia en el subcontinente se dio en el contexto de la Guerra Fría entre las dos potencias de la época, Estados Unidos y la Unión Soviética; aunque hubo otros escenarios en el mundo (Corea, Vietnam, etcétera) y obedeció siempre a intereses económicos, como el golpe estadunidense en Guatemala a Jacobo Árbenz en 1954, a petición directa de la United Fruit Company, que se opuso a las medidas pro-campesinas y al reparto agrario. El triunfo de la revolución cubana en 1959 y su rápida conversión en satélite soviético, pusieron en alerta a la CIA.
Desde entonces, triunfos socialistas como el de Allende en Chile, o el sandinista en Nicaragua, fueron obstaculizados, combatidos y reprimidos secretamente por la inteligencia norteamericana, apoyando golpes militares y combatiendo las luchas guerrilleras y de liberación, que se justificaban por la enorme desigualdad social, pobreza e injusticias sufridas por estos pueblos, frecuentemente con ideas y apoyo cubano y soviético.
Históricamente, la Iglesia católica y su jerarquía han variado su posición en temas políticos, pero en general, han apoyado a corruptos y poderosos; aunque siempre ha habido muchas y diversas tendencias a su interior. Tras el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y clausurado Paulo VI, con la intención progresista de actualizar a la Iglesia y sus prácticas, surgió, en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín, en 1968, la Teología de la Liberación.
Tuvo gran auge por su opción por los pobres, con altos jerarcas apoyándola en la región, alineándose con quienes sufrían las consecuencias de la Guerra Fría en el subcontinente. Incluso, muchos curas se hicieron guerrilleros o pelearon hombro con hombro en esas revoluciones fracasadas. Para octubre de 1978, fue elegido Juan Pablo II como el primer papa no italiano, tras la extraña muerte de Juan Pablo I, a sólo un mes de papado. Se esperaba mucho del papa polaco; pero pronto resultó que, con su furor antisoviético, dio marcha atrás al avance del Concilio Vaticano II y combatió y hostilizó la Teología de la Liberación y a sus representantes; apoyando a dictadores y militares represores.
En 1990, Arturo Rivera, arzobispo de San Salvador, movió la postulación de Monseñor Romero para ser beatificado. Juan Pablo II la aceptó y desde entonces quedó pendiente. Para que un beato llegue a serlo, se necesita probar que ha hecho milagros. Luego podrá ser canonizado como santo. El actual papa Francisco ha cambiado la cara de la Iglesia con un discurso de humildad y contra intereses poderosos y conservadores, abundantes en esta institución, que ahora enfrenta serias crisis de corrupción y pederastia.
Francisco reconoció a Monseñor Romero como mártir, lo que permite la beatificación sin necesidad de milagros, afirmando que en vida se caracterizó por denunciar violaciones de derechos humanos y se pronunció contra la represión que sacudió a su país a inicios de la guerra civil. Hay quienes consideran esto como una reparación histórica de la complicidad vaticana con la persecución política de religiosos comprometidos con causas sociales.
Esta actitud papal es parte del nuevo espíritu renovador en la Iglesia católica en su recuperación, al menos discursiva, de la dimensión social que había perdido con Juan Pablo II. La beatificación de Óscar Arnulfo Romero parece audaz, pues altera el equilibrio entre los sectores progresistas y conservadores de la Iglesia, en el contexto de la decisión papal de llevar a los altares a Juan Pablo II y Juan XXIII, dos pontífices opuestos, pues mientras el primero se apegó a posturas oscurantistas, regresivas y hasta medievales, el segundo procuró reconciliar al Vaticano con la modernidad, impulsó el Concilio Vaticano II y mantuvo un discurso de conciliación, ecumenismo y apertura.
Victor Reyes is a translator, teacher, writer and native of Puebla, Mexico with decades-old ties to the Light. An English language version of this column will appear in an upcoming edition.