Contra todo pronóstico a favor y en contra en las elecciones presidenciales del pasado 1 de julio en México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) triunfó arrolladoramente. En noviembre, las encuestas lo favorecían por un dígito. Para marzo, la diferencia rondaba los 10 puntos. En vísperas de la elección, los más optimistas le daban de 17 a 22 puntos, pero dudaban del resultado. Con un alta participación (63.50%) y a pesar de dudas y trampas, el conteo final fue de 53.17% para AMLO, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), 22.27% para Ricardo Anaya (¡una diferencia de más de 30 puntos!), de la coalición liderada por el Partido Acción Nacional (PAN), y 16.43% para José Antonio Meade, de la coalición del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), la peor derrota de su historia.
En un país acostumbrado al cinismo, donde lo predecible son trampas, corrupción, fraude y duda sobre cualquier cosa positiva para la gente y su país, el escepticismo es parte del sentido común. Quizá por ello también lo es la esperanza, y ahora hay una enorme esperanza en AMLO. Aun con estudios serios de encuestadores profesionales y evidencia de todo tipo, pocos daban por sentado su triunfo. Se hablaba de manipulación de encuestas, intervención del estado (del PRI) comprando y cooptando votos, ejecutando fraudes con millones de pesos ilegalmente obtenidos; de debilidad de las instituciones para vigilar, cuidar y calificar la legalidad del proceso electoral y contar los votos, de que Estados Unidos no permitiría un gobierno de izquierda en México… y mucho más.
El resultado, así, sorprendió a todos. De la incertidumbre y angustia de la mañana de ese domingo, se pasó a la normalidad de que todo iba bien y en la tarde a la evidencia de que AMLO arrasaba en todo el país y su partido Morena y sus candidatos triunfaban en el congreso federal y los estatales, en cinco de ocho gubernaturas en disputa y en muchos otros puestos. Para la noche, con sólo encuestas de salida y algunos votos contados, Meade, candidato del PRI, con una civilidad desconocida en un país de incrédulos, reconoció su derrota y la tendencia irreversible a favor de AMLO. Lo mismo hizo Anaya y pronto el presidente Peña Nieto.
Hubo expresiones de alegría desbordada en todo el país. A media noche en ciudad de México, con AMLO camino al zócalo, la gente se acercaba a su coche a saludarlo y tomarse selfies. Ahí, en el centro neurálgico, histórico y político del país, ante una multitud reunida de manera espontánea, dio un discurso de cambio a favor del pueblo, reconciliación y respeto a las instituciones; que, junto al reconocimiento de su triunfo por los candidatos perdedores y el presidente, calmaron cualquier expectativa de desorden, miedo, violencia, devaluación monetaria y dudas de grandes empresarios y capitales.
Pronto recibió felicitaciones de mandatarios de todo el mundo (Trump incluido), y desde entonces ha actuado como si ya fuera presidente ¡a cinco meses de su investidura, el 1 de diciembre! AMLO se ha reunido con las fuerzas de poder, incluido el presidente. Ya ha nombrado a su próximo gabinete, anunciado cambios en políticas públicas y reformas en su administración, rebajas y ahorros en salarios de altos funcionarios, concentración y control en contratos públicos para evitar corrupción y abusos, aumento de ayuda a adultos mayores, cambios al sistema educativo, becas de capacitación para 2.5 millones de jóvenes y autosuficiencia en refinación petrolera y gasolinas. Mucho de esto pagado con ahorros por acabar con la corrupción. Su programa de gobierno incluye cambios para combatir injusticia y desigualdad, impunidad e ineficiencia del sistema judicial y, lo más importante, la violencia derivada que aumenta cada día.
Las expectativas que ha levantado con su triunfo son enormes y proporcionales al apoyo recibido por el mandato de más de la mitad del electorado, superior a cualquier presidente en la historia de la joven democracia electoral mexicana desde el año 2000. Muchos temen que esta esperanza gigantesca se torne no sólo en un gran desafío, sino en otra decepción. Otros creen que con mayoría en ambas cámaras del congreso federal y en suficientes congresos estatales para cambiar la constitución, AMLO caerá en abusos y actitudes autoritarias, por carecer de los contrapesos de toda democracia moderna.
Por lo pronto, muchos en México viven la extraña ensoñación de una victoria virtual, de que algo increíble se ha logrado, pero sin nada que haya cambiado todavía, a cinco meses de que inicie formalmente el mandato de un presidente distinto a los anteriores, que les habla a las mayorías depauperadas, a los sin voz, a los ignorados, a los migrantes y de paso a quienes han sufrido o se han beneficiado de corrupción e injusticia, desigualdad, discriminación, racismo y manipulación.
Algunos de quienes criticaron a AMLO y desearon que nunca triunfara, ahora lo ven también con un dejo de esperanza. Habrá que ver cómo reaccionan cuando pierdan sus privilegios de siempre.
Victor Reyes is a teacher, writer, translator and native of Puebla, Mexico with decades-old ties to the Light. An English translation of this column will appear next week.