Soledad Gómez, madre de tres hijos y quien personificaba lo que sería una solución para los problemas que enfrentan muchos inmigrantes latinos, tratando de criar a sus familias con trabajos de poca paga, murió el pasado 10 de octubre en su casa de Oakland a los 50 años de edad.
La noticia de su fallecimiento se extendió por todo Point Reyes Station y otras partes de West Marin, donde Soledad era ampliamente conocida como pilar social, y cuya cálida personalidad se dice que ha fortalecido los lazos entre las comunidades de latinos y anglos.
Aunque se dedicó a la limpieza de casas y negocios locales por cerca de 20 años, el éxito de Soledad se dio principalmente en sus esfuerzos por influir en esta región que la vio surgir de las dificultades por asimilarse a una nueva cultura, para pasar esa experiencia a muchas de las familias en el Distrito Escolar Unificado de Shoreline.
Sus raíces estaban en la iglesia del Sagrado Corazón en Olema, donde regularmente organizaba los rosarios y ayudaba en los servicios religiosos como lectora. Era la encargada de la venta anual entre la gente para la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe cada 12 de diciembre, antes de la cual ella y otras mujeres preparaban cientos o, a veces, miles de tamales para recaudar fondos para cubrir el costo de los mariachis.
También enseñaba catecismo a los niños en la iglesia. Su aplomo y paciencia como maestra fueron notados por el reverendo padre Jack O’Neil, quien fuera párroco de la iglesia del Sagrado Corazón, y quien recordó haberse asomado algunas veces en la clase de Soledad y ver a los niños atentos y participantes en las lecciones de doctrina, contrastando con la atmósfera de otras clases, en las que se podía escuchar la bulla de los niños inquietos.
“Era siempre la misma, ya fuera en marzo como en diciembre,” recordó el padre O’Neil, quien describió a Soledad como una “maestra por antonomasia” quien también “hacía las cosas ordinarias bien, con la misma actitud.”
El haberse criado en una familia mexicana tradicional le ayudó a conformar sus valores, los cuales aún pueden encontrarse en su casa de un rancho de Point Reyes, donde su familia sigue reuniéndose a rezar el rosario que Soledad trataba de organizar todas las noches.
“Una cosa es ser una persona popular en la comunidad,” comentó el padre O’Neil, “y otra es ser una persona popular de gran carácter en la comunidad.”
Su temperamento tipificaba la cultura de la gente que “no deja que las dificultades los derroten,” agregó, diciendo que él veía a Soledad “como una guía.”
Ese carácter fue lo que admiraban muchos a quienes conoció Soledad a través de su trabajo en la limpieza de casas, el cual ella veía en parte como un desahogo social.
Entre los negocios que ayudó a limpiar estaba la librería Point Reyes Books, a donde iba cada mañana con Kate Levinson, quien es la dueña del lugar junto a su esposo, Steve Costa.
La conversaciones entre las dos a menudo llegaban a discusiones “profundas e íntimas” sobre la espiritualidad y la vida familiar, recordó Ms. Levinson, una sicóloga que ha trabajado en Oakland.
“Ella era el tipo de persona con quien quieres hablar sobre su vida,” comentó Ms. Levinson, añadiendo que Soledad, mejor conocida entre sus amigos como Chole, con los años fue ganando un impresionante “capital social,” por la diversa sensibilidad que revelaba en sus muchas largas y personales conversaciones. “Hizo que nos sintiéramos todos muy cercanos a ella.”
Una de sus amigas más cercanas fue Dolores González, quien es auxiliar de enseñanza en la escuela West Marin-Inverness y quien pasó años trabajando con Soledad en las lecciones de catecismo en la iglesia del Sagrado Corazón.
Lola González reconoció la compasión de Soledad, pero en la entrevista se explayó sobre su ética de trabajo, la cual estaba definida en ella —según dijo— al tomar clases de inglés después de trabajar todo el día y también asistir a las reuniones del distrito escolar como una forma de lidiar con la preocupación de que sus hijos estuvieran recibiendo una educación apropiada.
“Trabajaba mucho” dijo Lola, quien acompañó a Soledad a los tratamientos de quimioterapia en el hospital Marin General después que fuera diagnosticada con cáncer del hígado hace cosa de un año.
Como muchos otros latinos en West Marin, Lola González emigró en los años 70 de Jalostotitlán, Jalisco, al centro-occidente de México, a una hora y media al noreste de Guadalajara. Es el mismo lugar del que era Soledad, quien llegó a Turlock en los años 80, unas dos horas al este de San José, poco después de casarse con José Gómez, quien también se crió en Jalostotitlán.
El Sr. Gómez, tratando de cortejar a quien pronto sería su esposa, le escribía cartas a Soledad con regularidad desde un rancho lechero de Windsor, donde trabajaba para ahorrar y poder ir a visitarla de vez en cuando a México.
Buscó la aceptación de la familia de Soledad antes de proponerle matrimonio, en lo que se conoce como petición de mano, según se acostumbra en México.
La pareja tuvo tres hijos —Jaciel, Liset y Rocío— en los años cuando cambiaban de casa y tenían trabajos sencillos para sostener a su creciente familia. Al final se establecieron en un rancho de Point Reyes en 1994.
Los esfuerzos de Soledad para tener una familia en West Marin, a veces la llenaban de ansiedad al tratar de preservar una herencia y cultura propias en sus hijos estando fuera de su país de origen, comentaron amigos y familiares.
En ocasiones buscó consejo con Socorro Romo, otra amiga de la infancia que migró a esta área a principios de los 80, sobre cómo mantenerse fuera de su rol de trabajadora de limpieza, el cual le costaba a veces aceptar, comentó Socorro.
“La vida en California no fue lo que ella pensaba que sería,” agregó Socorro, recordando las conversaciones con Soledad sobre sus aspiraciones para participar en la conformación de una comunidad donde vive una creciente población latina.
“Dejas una parte de tu vida al llegar,” explicó. Soledad también hablaba con Socorro sobre sus planes para regresar a México a cuidar a su madre después que sus hijos salieran del college.
“Los primeros años son muy difíciles para todos,” comentó Socorro.
Pero grandes dosis de coraje ayudaron a Soledad a quedarse en West Marin, donde eventualmente pudo ver a sus tres hijos graduarse de Tomales High School. Fue presidenta del comité consejero bilingüe del distrito Shoreline Unified, un papel que, de acuerdo a sus amigos y familiares, ella vio como una plataforma para ayudar a los estudiantes latinos a sobreponerse a las mismas barreras del lenguaje que Soledad encaró tras migrar a West Marin.
“Al final estaba contenta de estar en este país,” dijo Socorro.
Esencial en sus creencias fue la habilidad para que sus hijos tuvieran un camino hacia una educación superior.
Con una educación hasta sólo el sexto grado, Soledad dejó la escuela para ir a trabajar a la tienda de su abuelo. Con sus propios hijos, Soledad acentuó la importancia de la escuela, dedicándose muchas noches a ayudarlos con sus tareas.
La devoción por la educación de sus hijos la extendió a todo el distrito escolar. Se hizo conocida por ofrecer sugerencias a los administradores escolares sobre formas de confeccionar el programa escolar del distrito para los aprendices de inglés, en las reuniones regulares de la junta directiva a las que asistía.
“Ella luchaba por nosotros,” recordó Rocío, de 18 años, quien se graduó este año de la Tomales High School y ahora planea seguir su educación en Sacramento State University. “Quería que tuviéramos las cosas que ella no tuvo.”
Para destacar la importancia de la educación, a veces Soledad llevaba a sus hijos a trabajar con ella, para ilustrar que “si no tienes educación escolar, ésta es la clase trabajo que vas a hacer,” recordó Liset, de 25 años, quien recientemente obtuvo su título en negocios de Saint Mary’s College of California. Ahora trabaja en la administración del National Park Service en Point Reyes National Seashore.
Entre las muchas cualidades que Jaciel admiraba en su madre estaba su fe, la cual, dijo, pareció inalterada aún cuando tuvo que enfrentarse con el cáncer. Recordó que Soledad, después de saber que el diagnóstico del cáncer de hígado era terminal, le dijo, “Hijo, no te preocupes por eso, estoy en las manos de Dios.”
“Dejó una marca en todos nosotros,” agregó Jaciel, de 28 años, quien obtuvo un título en tratamiento de aguas del Santa Rosa Junior College y que también trabaja para el seashore. “Ojalá podamos seguir sus pasos.”
Soledad Gómez fue enterrada en Jalostotitlán el 2 de octubre. Numerosos miembros de su familia y amigos la velaron durante la noche rezando oraciones, incluyendo el rosario, como parte de una tradición en muchos lugares de México para honrar a los recién fallecidos.
Le sobreviven su esposo, José González, quien vive y trabaja en Point Reyes, y sus tres hijos, Jaciel, Liset y Rocío, quienes también viven en Point Reyes. Soledad tuvo seis hermanos en México y dos en Estados Unidos, Socorro Gómez en Berkeley y María Guadalupe Pérez en Turlock.
La familia Gómez quiere expresar su agradecimiento a los amigos de Soledad en West Marin y otros lugares, por sus donaciones al fondo establecido por la iglesia del Sagrado Corazón y la agencia no lucrativa West Marin Community Services, que ayudaron a la familia a regresar sus restos a México, donde ahora descansa en paz.