Se llega una fecha más de la Copa Mundial de Futbol, esta vez en Brasil, donde el futbol es lo más importante. Del 12 de junio al 13 de julio, la atención mundial estará puesta en los 32 equipos nacionales que disputarán el trofeo deportivo más codiciado del planeta. Además de los estadios, la audiencia televisiva será la más grande habida para evento alguno, incrementada por medios digitales como móviles inteligentes, computadoras o tabletas, y en pantallas gigantes y cines alrededor del mundo.
Un fenómeno de esta magnitud no ocurre de la noche a la mañana. La Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) elige al país sede de la copa con años de anticipación, pasando severos filtros de selección. La decisión para la de 2018 en Rusia y la de 2022 en Catar se tomó en enero de 2009, y ésta de Brasil en octubre de 2007. Como en las Olimpiadas, los países candidatos se disputan la posibilidad ofreciendo y prometiendo cumplir la requisitoria de instalaciones deportivas e infraestructura. El elegido gasta fortunas, esperando réditos en turismo, inversiones y prestigio.
Con exigencias tan altas y posibles grandes ganancias que equilibren la inversión, junto con derechos de televisión y patrocinios de grandes corporaciones –siguiendo el modelo norteamericano–, la disputa por conseguir la sede es tanto o mayor que la ocurrida en la cancha por la copa. Esto inevitablemente conlleva un alto componente político, con intervención de gobiernos de los países involucrados y cabildeo al interior de la FIFA realizado por delegados de estos países, para convencer a los demás.
Así, al igual que ha pasado con la organización de los Juegos Olímpicos u otros eventos deportivos multimillonarios alrededor del mundo, se dan situaciones de corrupción para obtener la sede. Algunos no se explican cómo Catar, con poca tradición futbolera, vaya a ser anfitrión para 2022, por encima de países menos ricos que han buscado la sede por décadas. Así, cada vez son menos las naciones que pueden obtenerla. La corrupción también ha hecho que se arreglen partidos por apuestas u otros propósitos ilegales o políticos.
Pero dinero e intereses mandan, y la FIFA es la única organización internacional con un presupuesto mayor que el producto interno bruto de la mayoría de sus países afiliados (que son más que en Naciones Unidas), además de no rendirle cuentas a nadie. La FIFA negocia los multimillonarios derechos de televisión y patrocinios del mundial, y avala aquellos de los principales torneos internacionales y regionales, por equipos o por naciones, que ahora se televisan a todo el mundo. No existe una entidad similar ni tan poderosa.
El futbol es el deporte más popular del planeta, y ha levantado pasiones por más de un siglo. El primer mundial fue en Uruguay en 1930, pues había sido campeón de futbol en las Olimpiadas de 1924 (París) y 1928 (Ámsterdam). Ya para 1934, en Italia, Mussolini ordenó que su equipo saliera campeón, amenazando de muerte a sus jugadores si no lo lograban, al igual que en 1938 en Francia, cuando hicieron el saludo nazi en la final y muchos países no asistieron protestando por la situación política de la época. En 1978, en Argentina, la junta militar aprovechó el evento a su favor para amortiguar su desprestigio. Se dice que pagaron a Perú para perder por un marcador imposible de cinco goles, llegando así Argentina a la final y ganar la copa.
En otros países se aprovecha la euforia y distracción de la gente durante el mundial, para que sus gobiernos abusen. En México, los congresistas ha decidido discutir controvertidas leyes justo durante esos días, para evitar el escrutinio y protestas de la gente. En Brasil las cosas no van como quisieran. La gente ha estado protestando y manifestándose en contra del mundial en meses recientes. Brasil obtuvo la sede cuando su economía era boyante, pues junto con China, India y Rusia formaban el nuevo bloque económico llamado BRIC por los expertos; pero la situación cambió desde hace tres años.
Los enormes gastos en instalaciones y nuevos estadios e infraestructura han sido excesivos y cuestionados, de modo que los brasileños, con altas tasa de pobreza y desigualdad que han repuntado al bajar su economía, consideran injustos los multimillonarios gastos del gobierno de la otrora popular Dilma Ruosseff, y no se lo perdonan. Para colmo, no han terminado nuevos estadios y ha habido algunos accidentes que retrasaron las obras. La seguridad y represión se han intensificado a la par de las protestas.
Pero la euforia planetaria por el mundial ya se respira. Como hace cuatro años en Sudáfrica, las ventas de los costosos boletos se han disparado, siendo nuevamente los mexicanos quienes más entradas han solicitado. ¿Cómo –se preguntan muchos– cuando ese país tiene altos niveles de pobreza, desigualdad y salarios tan bajos? La respuesta parece venir otra vez por los mexicanos radicados en Estados Unidos, que sí pueden pagarlos.
Victor Reyes is a translator, writer and teacher and a native of Puebla, Mexico. An English-language translation of this column will appear in next week’s edition.